¡Sí! Conseguimos la Manduca
31 agosto 2009
Finalmente -después de mucho buscar- conseguimos una mochila ergonómica. Aunque muy accesibles en otros países, en Argentina no se consiguen. Dimos con el modelo alemán, una Manduca -el modelo más conocido es la Ergobaby, de confección norteamericana-. Y bueno, realmente la recomiendo...no se parece en nada a ningún portabebé tradicional que yo haya probado: es super cómoda, fácil de poner y quitar, liviana y fresquita. Tiene el reductor de asiento incorporado (para un bebé recién nacido) y soporta hasta 20 kg.
Los días por acá estuvieron muy lindos, así que nos la pasamos "cangureando" y estrenando la mochila. ¡Super felices!
Para más información acerca de la diferencia entre las mochilas convencionales (por ejemplo las Chicco) y las ergonómicas, visiten este enlace a Red Canguro.
Abrir las puertas de la imaginación
30 agosto 2009
Hace mucho que tengo pendiente escribir una entrada sobre el juego y los juguetes. Pero la idea es algo "difusa" y nunca sé por dónde empezar. Es que Guille tiene juguetes diversos: muchos de madera, otros de plástico, varios de tela y otros de esos que cuestan $1 en cualquier quiosquito (estos le tengo prohibido llevárselos a la boca!). Lógicamente, también juega con los tupper de la cocina o cualquier cosa que encuentre: palitos de la ropa, botellas de plástico, tapitas.
Tenemos algunos de esos juguetes "ruidosos": piano, tambor y algunos instrumentos artesanales que compramos en los viajes. Ahora paramos un poco de comprar juguetes, yo me inclino más por los libros: ya hablaré de la sorpresa que me dio Guille al elegirlos casi constantemente!
Pero, más allá de esto, siempre estoy pensando acerca de qué es lo que debe ofrecer un juguete. Para mí, lo primero, es que ese objeto "no juegue solo", es decir, que no sea algo para ver sino que ofrezca una intervención importante del niño. Personalmente detesto las cosas que simplemente se "accionan" con un botón y el niño sólo se limita a mirarlas (claro que tengo algunos, adquiridos en un arranque de consumismo...a los que Guille no les presta nada de atención, por cierto).
Hoy, mirando la página de Kireei, tuve una revelación. Y me dejó pensando que, en definitiva, no importa si el juguete es pedagógico, didáctico o que sé yo cuántas cosas más; que lo importante es que ese objeto abra las puertas de la imaginación.
Esta entrada, que en principio había planeado larguísima y que iba a incluir una recomendación con respecto a los juguetes Waldorf, se ha visto limitada a esto: que el juguete promueva la creatividad y estimule la imaginación. Y bueno, claro, que sea seguro y en lo posible dure para el próximo hij@.
Bendecid@ por las estrellas
27 agosto 2009
Hoy, dedicada a alguien muy especial. ¡Felicidades Lau!
La canción es de Andrea Echeverri -la cantante de Aterciopelados- y pertenece al disco que le dedicó a su hija Milagros, aquí otra canción hermosa del disco.
¡Meta lograda!
26 agosto 2009
En julio del año pasado le hacíamos una ecografía de cadera a Guille que daba super bien. Según esa ecografía, la cadera de Guille estaba perfecta.
A principios de agosto hacíamos una placa radiográfica que dio en el límite entre una cadera normal y una cadera displásica. Hicimos una nueva ecografía: según la ecógrafa, la cadera estaba 10 puntos. El pediatra decidió esperar y hacer un nuevo control a los 6 meses, nosotros nos dormimos -o simplemente queríamos convencernos de que no era nada-.
En septiembre hacíamos el control y la placa daba mal: Guillermina tenía una subluxación de la cadera izquierda. El pediatra nos derivaba al traumatólogo, no olvido nuestra frustración por todo ese tiempo inútil de espera.
El 22 de septiembre le colocábamos el arnés de pavlik, sin certezas de que funcionara.
¡Funcionó! La cadera estaba recuperada, prescindimos del arnés el 19 de diciembre de 2008, con indicación de volver cuando Guille caminara.
Ayer tuvimos control y tenemos el alta definitiva. Y yo tengo una sensación de "meta lograda" que hace muchísimo no tenía. La cadera está perfecta.
Y de alguna manera, gracias a la displasia, hoy estamos acá.
La quepina más simple
25 agosto 2009
Hace tiempo, en una entrada sobre diferentes formas de colocarse un portabebé, Agustina (de la Red Social Familia Natural) comentó acerca de cuál era su video preferido sobre porteo. Al verlo quedé encantada, pensando ¿cómo puede ser que con algo tan simple podamos llevar cómodamente a nuestro bebé? Y así es, con un trozo de tela de 1,40 x 1,40 podemos hacer esto:
¡Gracias Agus!
¡Gracias Agus!
Las palabras y los niños
23 agosto 2009
Ayer fuimos a la Isla de los Inventos, uno de los espacios dedicados a los niños en Rosario. Este lugar, junto con El Jardín de los Niños y La Granja de la Infancia, integra el llamado Tríptico de la Infancia. El proyecto está enmarcado en La ciudad de los niños, propuesta ideada por Francesco Tonucci para varias ciudades del mundo. Nos resta por conocer La granja de la Infancia. Son espacios de gestión pública, con una entrada de precio módico.
Tengo que decir que La Isla de los Inventos es un lugar mágico, plagado de arte, juegos y libros. Muy bien desarrollado y cuidado. Siempre teniendo en cuenta la consigna de construir lugares respetuosos para las necesidades de los niños. Cuando ya habíamos recorrido buena parte del lugar, nos quedamos a ver el espectáculo que se ofrecía. Me asombró ver cómo Guille se quedaba calladita y sentada a disfrutarlo. Estuvo muy lindo y fue el primer espectáculo teatral que vio mi hija. A la salida, en una mesita, había varios papeles de promociones y ese tipo de cosas. Tomé algunos, entre ellos estaba este escrito que copio a continuación. Es un regalo para ustedes, realmente me emocionó muchísimo leerlo. Son "consignas" generadas a partir de palabras que propusieron los niños que asistieron a una jornada realizada en mayo de este año. Si bien el escrito está "retocado", las palabras desde donde surgieron son reales.
¡Que lo disfruten!
MANIFIESTO DE LOS CHICOS
30 de mayo de 2009
Con motivo del aniversario de los 10 años del Tríptico de la Infancia
Nosotros, los chicos de Rosario, que nacimos hace poco, aunque parezca muchísimo tiempo, reunidos en La Granja de la Infancia el día 30 de mayo de 2009, juntamos nuestras palabras, frases y definiciones. Son palabras de chico, las regalamos, las ponemos en banderas para que no se olviden, son palabras levantadas en el aire para que sean libre, dichas bajito para compartirlas y escritas en tela para que no desaparezcan. SON NUESTRO MANIFIESTO.
Lo bueno que tiene es que somos muchos y hablamos por mucho tiempo: como diez años, que es toda una infancia, que es toda una patria, que es todo nuestro corazón flameando. No es un manifiesto serio y terminado, más bien es una canción, una lista de cosas para hacer o recordar, o un regalo para que todos estemos mejor.
Somos los chicos. Estamos más cerca de la tierra, somos nuevitos en la vida, tenemos las ideas sueltas. Los invitamos a jugar con nuestra proclama y a lo mejor jugando y jugando, puedan ver el mundo de otro modo.
Somos los chicos gente grande. Si supieran cuánto los queremos, ahora mismo, se estarían poniendo muy felices.
POR LO EXPUESTO Y CONSIDERADO
Los chicos y chicas presentes en este acto declaramos, proclamamos y ratificamos las ideas que aquí están escritas. Para nosotros, para nuestros padres y abuelos, para los gobernantes y maestros, para nuestros hijos y para todos los hombres y mujeres de buen corazón que quieran habitar el país de los niños, aprobamos y establecemos esta constitución que será conocida como la Constitución de la Patria de la Infancia y podrá volar por los aires para que todo el mundo pueda compartirla.
1) Cuidemos lo público porque para algunos es lo único.
2) Es el momento de mezclar todas las ideas para que salga una mejor.
3) Comer te calma el hambre, aprender es viajar con el cuerpo y la imaginación. Tener hambre no te deja ser libre.
4) Nadie sabe todo. No nos mientan.
5) Los chicos les enseñamos a los grandes a ser grandes, a ser padres, a amar mejor. Tu hijo puede ser el maestro de tu vida.
6) Sueños tenemos todos, lo que falta es un sueño común.
7) Prohibido ideas tristes, bienvenidas ideas alegres.
8) Cuídense y no nos dejen de cuidar nunca, aunque seamos grandes.
9) Nos damos cuenta de que pasa el tiempo en el corazón. Vivir es querer a otros.
10) La imaginación es la máquina de hacer aparecer cosas e ideas, justo en el país de los desaparecidos.
11) Nuestros nombres son importantes. No lo olviden.
12) El que se queda sin trabajo no puede pensar más en el futuro.
13) La identidad es el pasado de los recuerdos. Los recuerdos somos nosotros.
14) La esperanza es tener fe en que todo no nos puede salir mal.
15) No griten, no golpeen. Nos da miedo.
16) Para que haya cambios nos tienen que dejar pensar y no nos dejan.
17) Hay mucha desigualdad y nos gustaría cambiarla. Que nos dejen pensar cómo. Al final nos va a tocar hacerlo a nosotros.
18) Los chicos tenemos poder. Queremos aprender a usarlo.
19) Que se distribuyan las palabras para todos, las tecnologías para todos y las cosas también.
20) En la Gran Biblioteca del pensamiento hay mucho lugar. Caben las palabras, los libros, las imágenes, las ideas y todavía queda mucho espacio.
21) Que haya intercambio de palabras y cosas para que dejen de matarse.
22) Si todos nos matamos quién va a contar nuestra historia.
23) El alma puede ser como un armario, podés ir allí toda la vida para saber quién sos.
24) Apasionarse es un motivo que te empuja y va más allá de lo que podamos decidir.
25) Yo soy otro vos. Si no estamos juntos, nos perdemos.
En Rosario, Argentina, en los finales de mayo, el mes que nos hizo libres.
Para el álbum
22 agosto 2009
Hay una página del álbum "Recuerdos del bebé" que está en blanco. Es la de "Mis primeras travesuras" (qué bizarro, para el próximo hijo prometo hacerlo artesanal). Bueno, ya tenemos historias para llenar la página. Guillermina no para, desafía mi vagancia con su energía y yo la sigo. Estas son sus "primeras travesuras" :
1) Pedimos delivery, pongo la cajita con el pedido arriba de la mesa del comedor y me voy a buscar los platos. Cuando vuelvo la escena cambió rotundamente: Guille con cara de sorpresa ante la comida desparramada por el piso y el perro aplacando su voracidad con las papas fritas. A David no le gusta la escena. Por suerte se salvó el 75% de la comida...aunque tenía algunos perros del Moro. Ah, por acá no le hacemos asco a nada...lo aprendí de mi marido, que un día se comió un alfajor que encontró en una garita de colectivos: sin envoltorio y con una pequeña mordidita!!!!!
2) Guille juega con un tambor que del otro lado tiene una especie de encastre. La tapa en donde se encastran las figuras hace tiempo que no la veo, por lo tanto el tambor es "hueco" en su parte trasera. Estoy cocinando cuando escucho: tron, tron, tron. Era Guille, que venía con una pierna adentro del tambor -que por cierto, pesa 2 kilos!-, casi desfallezco de tanto reírme.
3) Ayer estábamos arriba del techo, yo había llevado los "rasti" esos grandotes para jugar entre todos. Fueron regalo del día del niño. Después de jugar un rato al estilo tradicional, Guille empieza a llevar los bloques del otro lado de la terraza....en donde no la vemos porque está la pared del lavadero. Va y viene llevando los ladrillitos. Nosotros contentos, festejando que se va a cansar con la caminata e imaginando que los estaba amontonando del otro lado. Cuando vamos a buscar los bloques para guardarlos y bajar ¡no había ninguno! ¿Qué hizo? Tiró como 15 ladrillos por un caño hueco que había a su altura. Casi me muero de la risa, aunque lamento la pérdida de los bloques, a decir verdad.
¿Esto va a ir en crescendo?
Les dejo fotitos de Guille con su tambor ;-)
Ayer en la terraza
Canciones
20 agosto 2009
El año pasado, leyendo el foro de Crianza Natural, me encontré con un post muy original. Se trataba de que cada una aportara canciones o poesías que hablaran acerca de la maternidad. Si bien nunca había participado de los foros de CN, en ese momento me registre e hice algunos aportes.
Llevé la idea a un post de Babysitio, foro en el cual sí participaba. Muchas chicas se acercaron a hacer su aporte y así conocí nuevas canciones y poesías, que fui recopilando. Entre ellas había canciones muy conocidas y otras que no lo son tanto. De a poco las voy cargando acá para compartirlas.
Esta canción se llama La estrella azul, la escribió Peteco Carabajal para su primer hijo, al que conoció muchos años después de su nacimiento.
Esta canción se llama La estrella azul, la escribió Peteco Carabajal para su primer hijo, al que conoció muchos años después de su nacimiento.
Es una de mis canciones favoritas, tanto que cuando íbamos con mis hermanas a los recitales de Peteco, la pedíamos a los gritos. En esta versión la canta Mercedes Sosa.
Que todos encuentren, entonces, su estrella azul.
Arde la vida
19 agosto 2009
A mis hermanas,
"...cuando ardió la pérdida, reverdecieron sus maizales"
Cuando Guille nació, yo no estaba preparada para la vida. Muchos años estuve tan cerca de la muerte, que su nacimiento me desconcertó.
Fueron años tormentosos, entre el ’99 y el 2000 mi mamá y mi papá fallecieron. Murieron ambos de cáncer, eso incluye noches enteras en el sanatorio, operaciones que nos tenían durante horas delante de la puerta de terapia intensiva, peleas enternas con las prepaga que se negaba a cubrir los gatos de los tratamientos oncológicos, estudios de contraste, espera de los resultados, vómitos, llantos y la noche más larga de mi vida . Hasta llegué a llevarme la bolsa de dormir al Británico para poder descansar un rato. Fuera del sanatorio me dedicaba por completo a la “carrera”, y me lo tomaba así: con una exigencia terrible, aferrada a eso que creía que podría salvarme del dolor
No fue fácil dejarlos ir. Significó mucho esta pérdida para mí, significó crecer y a la vez “ser”, ya que más allá del amor que nos teníamos…no nos habíamos dejado “ser”. No habíamos sabido convivir con el deseo del otro y vivíamos en un campo de batalla en donde siempre se imponía un deseo, ahogando lo que necesitaba el otro. Pero esa dinámica era la vida que yo tenía. Y fue muy difícil cambiarla. Esa vida, esa batalla, estaba asociada al amor. Y hacer el duelo del amor fue un camino larguísimo.
Mi papá falleció de cáncer de pulmón el 10 de mayo del ‘99. Murió 30 días después de que se lo diagnosticaran. No se enteró de mucho. Pero su muerte fue un golpe durísimo para mi familia. Cinco días después se casaba mi primo, fuimos con mi mamá y mis hermanas a comprarnos algo de ropa. Pensamos que salir nos aliviaría. Pero no, ver gente viviendo su vida al margen de nuestro dolor fue aún más desolador. Parece de película mediocre, pero recuerdo terminamos las cuatro abrazadas, llorando, en la esquina de Mitre y Córdoba. Así somos las “Serenelli’s”, en realidad así somos las “Santi’s” diría mi tía paterna (y es cierto, nunca la vi desgarrarse así).
Como digo siempre, mi viejo murió estando demasiado vivo. Pasaron los meses y se me fue yendo esa sensación de “irrealidad”, de a poco comprendí que ya no nos veríamos nuevamente. Y que las palabras que no fueron dichas no podrían ya ser recuperadas. Y de a poco lo dejé ir. Me di cuenta de que ese proceso comenzaba cuando por fin pude empezar a hablar de él, a contar lo que había pasado.
Mi mamá murió de cáncer de colon el 27 de agosto de 2000, hacía dos años que la venía peleando. Varios ciclos de quimio la habían dejado devastada. Pasamos tantas noches en el Sanatorio Británico, juntas, tomadas de la mano y aferrándonos a la vida que se escapaba. Me despedí de ella un sábado a la tarde, en la habitación sonaba Edith Piaff -mi hermana mayor había llevado un pequeño grabador- y yo sentí que en ese cuerpo tendido en la cama ya no estaba mi mamá. Salí del sanatorio quebrada, tratando de olvidar esa imagen para quedarme con lo otro: las tardes de sol en bicicleta por el Campo de la Gloria.
Murió el domingo a las 2 de la tarde, estaba haciendo un lemon pie y llamaron mis hermanas: lloramos en el teléfono –en ese momento vivíamos en San Lorenzo y mi mamá estaba internada en Rosario- nos dijimos que nos queríamos y que íbamos a estar juntas. Corté, me quedaba por delante lo peor: decírselo a mi abuela Irma, la mamá de mi mamá. No pude más, entré al baño y se lo dije, nos abrazamos llorando y prometí acompañarla.
Desde siempre tuve una relación muy especial con mi abuela, estábamos “sintonizadas” a tal punto que nos dolían las cosas que le pasaban a la otra. Estábamos “fusionadas”, si se pinchaba el dedo con una aguja, a mi me dolía. Parece una locura, pero era así. Los tres años que mi abuela sobrevivió a mi mamá creo que le sirvieron para irse bien de este mundo, sin pesar. Y a mi me sirvieron para despedirme de ella serenamente.
Después del entierro de mi mamá, nos pegamos mucho a nuestra tribu “del barrio”. A las vecinas que nos traían comida y que cuidaban a mi abuela –que era minusválida desde joven- cuando nosotras estábamos trabajando o estudiando. Hicimos grandes cosas las cuatro juntas, logramos vender la “casa grande”, vivimos sin matarnos en la vieja casita de mi abuela y empezamos a construir nuestra independencia.
Fueron años tormentosos, entre el ’99 y el 2000 mi mamá y mi papá fallecieron. Murieron ambos de cáncer, eso incluye noches enteras en el sanatorio, operaciones que nos tenían durante horas delante de la puerta de terapia intensiva, peleas enternas con las prepaga que se negaba a cubrir los gatos de los tratamientos oncológicos, estudios de contraste, espera de los resultados, vómitos, llantos y la noche más larga de mi vida . Hasta llegué a llevarme la bolsa de dormir al Británico para poder descansar un rato. Fuera del sanatorio me dedicaba por completo a la “carrera”, y me lo tomaba así: con una exigencia terrible, aferrada a eso que creía que podría salvarme del dolor
No fue fácil dejarlos ir. Significó mucho esta pérdida para mí, significó crecer y a la vez “ser”, ya que más allá del amor que nos teníamos…no nos habíamos dejado “ser”. No habíamos sabido convivir con el deseo del otro y vivíamos en un campo de batalla en donde siempre se imponía un deseo, ahogando lo que necesitaba el otro. Pero esa dinámica era la vida que yo tenía. Y fue muy difícil cambiarla. Esa vida, esa batalla, estaba asociada al amor. Y hacer el duelo del amor fue un camino larguísimo.
Mi papá falleció de cáncer de pulmón el 10 de mayo del ‘99. Murió 30 días después de que se lo diagnosticaran. No se enteró de mucho. Pero su muerte fue un golpe durísimo para mi familia. Cinco días después se casaba mi primo, fuimos con mi mamá y mis hermanas a comprarnos algo de ropa. Pensamos que salir nos aliviaría. Pero no, ver gente viviendo su vida al margen de nuestro dolor fue aún más desolador. Parece de película mediocre, pero recuerdo terminamos las cuatro abrazadas, llorando, en la esquina de Mitre y Córdoba. Así somos las “Serenelli’s”, en realidad así somos las “Santi’s” diría mi tía paterna (y es cierto, nunca la vi desgarrarse así).
Como digo siempre, mi viejo murió estando demasiado vivo. Pasaron los meses y se me fue yendo esa sensación de “irrealidad”, de a poco comprendí que ya no nos veríamos nuevamente. Y que las palabras que no fueron dichas no podrían ya ser recuperadas. Y de a poco lo dejé ir. Me di cuenta de que ese proceso comenzaba cuando por fin pude empezar a hablar de él, a contar lo que había pasado.
Mi mamá murió de cáncer de colon el 27 de agosto de 2000, hacía dos años que la venía peleando. Varios ciclos de quimio la habían dejado devastada. Pasamos tantas noches en el Sanatorio Británico, juntas, tomadas de la mano y aferrándonos a la vida que se escapaba. Me despedí de ella un sábado a la tarde, en la habitación sonaba Edith Piaff -mi hermana mayor había llevado un pequeño grabador- y yo sentí que en ese cuerpo tendido en la cama ya no estaba mi mamá. Salí del sanatorio quebrada, tratando de olvidar esa imagen para quedarme con lo otro: las tardes de sol en bicicleta por el Campo de la Gloria.
Murió el domingo a las 2 de la tarde, estaba haciendo un lemon pie y llamaron mis hermanas: lloramos en el teléfono –en ese momento vivíamos en San Lorenzo y mi mamá estaba internada en Rosario- nos dijimos que nos queríamos y que íbamos a estar juntas. Corté, me quedaba por delante lo peor: decírselo a mi abuela Irma, la mamá de mi mamá. No pude más, entré al baño y se lo dije, nos abrazamos llorando y prometí acompañarla.
Desde siempre tuve una relación muy especial con mi abuela, estábamos “sintonizadas” a tal punto que nos dolían las cosas que le pasaban a la otra. Estábamos “fusionadas”, si se pinchaba el dedo con una aguja, a mi me dolía. Parece una locura, pero era así. Los tres años que mi abuela sobrevivió a mi mamá creo que le sirvieron para irse bien de este mundo, sin pesar. Y a mi me sirvieron para despedirme de ella serenamente.
Después del entierro de mi mamá, nos pegamos mucho a nuestra tribu “del barrio”. A las vecinas que nos traían comida y que cuidaban a mi abuela –que era minusválida desde joven- cuando nosotras estábamos trabajando o estudiando. Hicimos grandes cosas las cuatro juntas, logramos vender la “casa grande”, vivimos sin matarnos en la vieja casita de mi abuela y empezamos a construir nuestra independencia.
Pero el fantasma de la enfermedad y de la muerte habitó con nosotras demasiado tiempo. Mi mamá dejó instrucciones precisas acerca de lo que se "debía" hacer con los bienes materiales, procuró dejar todo arreglado para que yo pudiese terminar Letras sin trabajar. No contaba con el fin del gobierno de De la Rúa, ni con la crisis que vivió el país de ahí en adelante. Dejó también un diario contando sus días con la enfermedad. Al leerlo quedé atravesada por su propio miedo: el miedo a morir, a no ver a sus hijas crecer, a seguir sufriendo en cada quimio. Desearía poder dejarlo ir de entre mis manos, pero no puedo. Algo retiene ese diario en el cajón de los recuerdos. Tal vez soltarlo sería liberador, pero aún no estoy lista. Es lo único que conservo de esos días.
Hacer el duelo por los seres queridos que se van se parece, y mucho, al puerperio que hoy en día debemos atravesar las mujeres que afrontamos la maternidad: te puede llevar años construir este nuevo “yo”, esta nueva identidad que te da la muerte –en el caso del duelo- o la vida –en el caso del puerperio-. Pero la sociedad solo te ofrece un par de meses para hacer todo el proceso. Porque hay que “estar bien”, y lo paradójico es que no se puede “estar bien” sin afrontar los duelos en toda su magnitud.
En el camino, y antes de vender la casa familiar, también murieron el gato -Peteco, si, si…el mismo al que mi vieja llamaba desde la calle Peteeeeeeeeeeeee!-, y el perro (Pelé, un pekinés negro que estuvo 10 años con nosotros). Parece un detalle menor, pero esas muertes cerraban el ciclo de mi familia de origen: lo que había sido ya no sería más.
Dicen que para convertirte en madre necesariamente tenés que redefinir tu lugar de hija. Pero cuando nació Guillermina, hacía mucho tiempo que me había olvidado de lo que era ser hija. Y tuve que recordar, y volví a sentir el vacío, y me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo sin hablar de mis viejos, de sus muertes tempranas y de la enfermedad que nos atravesó como familia.
Y sin embargo, necesito recordar, necesito que Guille sepa que esta es mi historia. Y que estos años duros me formaron como la persona que soy. Y que sin duda sería una persona muy diferente si no los hubiese vivido así. ¿Estaría mi hija hoy acá? ¿Existirían estas palabras?
Desde este dolor y desde esa profundidad estoy construyendo mi parte de esta nueva familia. Sin máscaras y sin silencios, para que no queden preguntas acerca de quién soy y de quiénes me acompañaron en este camino. Para que no queden baches en la historia de mi hija, ya que en la mía, hay demasiados silencios que ya no tendrán posibilidad de convertirse en voces.
Esa vida nueva que latía en una manta de lana aquél 3 de marzo, traería en su sombra estos recuerdos, esta parte de mi historia que había quedado oculta, tapada por todos los sucesos posteriores. Cuando descubrí que la falta de amor incondicional me había dejado con pocas herramientas para maternar, me enfurecí. Ya pasada la furia, me estoy reconciliando con lo que fueron mis viejos como personas, intento entenderlos y entenderme.
Seguimos caminando, mi puerperio cada vez está más lleno de luz. ¿Será que estamos listos para empezar a soltar?
Hacer el duelo por los seres queridos que se van se parece, y mucho, al puerperio que hoy en día debemos atravesar las mujeres que afrontamos la maternidad: te puede llevar años construir este nuevo “yo”, esta nueva identidad que te da la muerte –en el caso del duelo- o la vida –en el caso del puerperio-. Pero la sociedad solo te ofrece un par de meses para hacer todo el proceso. Porque hay que “estar bien”, y lo paradójico es que no se puede “estar bien” sin afrontar los duelos en toda su magnitud.
En el camino, y antes de vender la casa familiar, también murieron el gato -Peteco, si, si…el mismo al que mi vieja llamaba desde la calle Peteeeeeeeeeeeee!-, y el perro (Pelé, un pekinés negro que estuvo 10 años con nosotros). Parece un detalle menor, pero esas muertes cerraban el ciclo de mi familia de origen: lo que había sido ya no sería más.
Dicen que para convertirte en madre necesariamente tenés que redefinir tu lugar de hija. Pero cuando nació Guillermina, hacía mucho tiempo que me había olvidado de lo que era ser hija. Y tuve que recordar, y volví a sentir el vacío, y me di cuenta de que había pasado demasiado tiempo sin hablar de mis viejos, de sus muertes tempranas y de la enfermedad que nos atravesó como familia.
Y sin embargo, necesito recordar, necesito que Guille sepa que esta es mi historia. Y que estos años duros me formaron como la persona que soy. Y que sin duda sería una persona muy diferente si no los hubiese vivido así. ¿Estaría mi hija hoy acá? ¿Existirían estas palabras?
Desde este dolor y desde esa profundidad estoy construyendo mi parte de esta nueva familia. Sin máscaras y sin silencios, para que no queden preguntas acerca de quién soy y de quiénes me acompañaron en este camino. Para que no queden baches en la historia de mi hija, ya que en la mía, hay demasiados silencios que ya no tendrán posibilidad de convertirse en voces.
Esa vida nueva que latía en una manta de lana aquél 3 de marzo, traería en su sombra estos recuerdos, esta parte de mi historia que había quedado oculta, tapada por todos los sucesos posteriores. Cuando descubrí que la falta de amor incondicional me había dejado con pocas herramientas para maternar, me enfurecí. Ya pasada la furia, me estoy reconciliando con lo que fueron mis viejos como personas, intento entenderlos y entenderme.
Seguimos caminando, mi puerperio cada vez está más lleno de luz. ¿Será que estamos listos para empezar a soltar?
Por acá, arde la vida.
"Tu hijo es una buena persona" por Carlos González
18 agosto 2009
Foto: Seema KK en Flickr Creative Commons
A propósito de algo que mi amiga Sheila comentó en la Red Social Familia Natural, alguien citó un texto de Carlos González que es, en realidad, una versión resumida del último capítulo de la primera parte del libro Bésame Mucho. Volví a leer el texto, emocionada y tengo que reconocer que es uno de mis fragmentos favoritos del libro. Personalmente (y esto cuenta solo para mí) pienso que mi hija no necesita que le "enseñe a dormir" -ya que el sueño es un proceso neurológico madurativo-, tampoco necesita que la "entrene" para ir al baño -también es un proceso madurativo- y límites sí le pongo, pero siempre desde el amor y el respeto. En conclusión, creo firmemente que el amor nutre muchísimo más que los falsos preceptos acerca de la crianza y quiero enseñarle a Guillermina que el mundo es un bello lugar, no un sitio constantemente lleno de amenazas y peligros. Este texto es maravilloso y nos recuerda cosas que la "cultura" tapa con sus frases incoherentes y vacías de sentido. Es larguísimo, pero lo publico entero por si alguien no tiene el libro.
"Muchos expertos, probablemente bienintencionados, nos hablan de los problemas de conducta de los niños. Hay problemas de alimentación, problemas de sueño, celos, violencia, egoísmo... Todo el mundo nos habla de los problemas de nuestros hijos, de cómo detectarlos, cómo prevenirlos o cómo solucionarnos, de cómo nos «manipulan» o de por qué hay que ponerles límites. Nadie nos recuerda que nuestros hijos son buenas personas.
Y lo son. Tienen, forzosamente, que serlo. Ninguna especie animal podría sobrevivir si sus individuos no nacieran con la capacidad de adquirir el comportamiento normal de los adultos y la tendencia a hacerlo. No hace falta mucho esfuerzo para enseñar a un león a comer carne o a una golondrina a volar hasta África. Lo difícil, lo que requeriría unos métodos educativos absolutamente aberrantes, sería conseguir un león vegetariano o una golondrina que no emigrase. La inmensa mayoría de los recién nacidos, si se les cría adecuadamente (es decir, con cariño, respeto y contacto físico), serán niños normales y más tarde adultos normales. El ser humano es un animal social, y por tanto la capacidad para amar y ser amados, respetar y ser respetados, ayudar a los demás y obtener ayuda de otros miembros del grupo, comprender y respetar normas sociales (en definitiva, ser una buena persona), son aspectos normales de nuestra personalidad. La educación esmerada, la religión o la ley nos pueden dar otras cosas; pero no son imprescindibles para llegar a ser buena persona. Nuestros antepasados, sin duda, ya eran buenas personas cuando vivían en cuevas, del mismo modo que las gallinas son «buenas gallinas» sin necesidad de escuelas o policía.
Vamos, pues, a pasar revista a algunas de las buenas cualidades de nuestros hijos.
Su hijo es desinteresado
"Muchos expertos, probablemente bienintencionados, nos hablan de los problemas de conducta de los niños. Hay problemas de alimentación, problemas de sueño, celos, violencia, egoísmo... Todo el mundo nos habla de los problemas de nuestros hijos, de cómo detectarlos, cómo prevenirlos o cómo solucionarnos, de cómo nos «manipulan» o de por qué hay que ponerles límites. Nadie nos recuerda que nuestros hijos son buenas personas.
Y lo son. Tienen, forzosamente, que serlo. Ninguna especie animal podría sobrevivir si sus individuos no nacieran con la capacidad de adquirir el comportamiento normal de los adultos y la tendencia a hacerlo. No hace falta mucho esfuerzo para enseñar a un león a comer carne o a una golondrina a volar hasta África. Lo difícil, lo que requeriría unos métodos educativos absolutamente aberrantes, sería conseguir un león vegetariano o una golondrina que no emigrase. La inmensa mayoría de los recién nacidos, si se les cría adecuadamente (es decir, con cariño, respeto y contacto físico), serán niños normales y más tarde adultos normales. El ser humano es un animal social, y por tanto la capacidad para amar y ser amados, respetar y ser respetados, ayudar a los demás y obtener ayuda de otros miembros del grupo, comprender y respetar normas sociales (en definitiva, ser una buena persona), son aspectos normales de nuestra personalidad. La educación esmerada, la religión o la ley nos pueden dar otras cosas; pero no son imprescindibles para llegar a ser buena persona. Nuestros antepasados, sin duda, ya eran buenas personas cuando vivían en cuevas, del mismo modo que las gallinas son «buenas gallinas» sin necesidad de escuelas o policía.
Vamos, pues, a pasar revista a algunas de las buenas cualidades de nuestros hijos.
Su hijo es desinteresado
Laura, de tres meses, llora desconsolada. Ha mamado, tiene el pañal limpio, no tiene frío, no tiene calor, no se ha clavado ningún imperdible. Su mamá la toma en brazos, le canturrea unas palabras cariñosas y al momento Laura está calmada. La vuelve a dejar en la cuna y al instante rompe a llorar.
—No tiene hambre, no tiene sed, no le pasa nada —dicen las malas lenguas—. ¿Qué diablos querrá ahora?
Quiere a su madre. La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por la ropa, ni por el calor, ni por los juguetes que le comprará más adelante, ni por el colegio de pago al que la llevará, ni por el dinero que le dejará en herencia. El amor de un niño es puro, absoluto, desinteresado.
Freud creía que los niños quieren a su madre porque de ella obtienen el alimento. Es la llamada teoría del impulso secundario (la madre es secundaria, lo primario es la leche) Bowlby, con su teoría del apego, mantiene todo lo contrario que la necesidad de madre es independiente de la necesidad de alimento, y probablemente mayor.
¿Por qué no disfruta usted, como madre, de esta maravillosa sensación de recibir un amor absoluto? ¿Se sentiría usted mejor si su hija sólo la llamase cuando tuviera hambre, sed o frío, y pasase olímpicamente de usted cuando estuviera satisfecha? Nadie negaría la comida a un niño que llora de hambre; nadie dejaría de abrigar a un niño que llora de frío. ¿Dejará usted de tomar en brazos a un niño que llora porque necesita cariño?
Su hijo es generoso
No hace mucho una madre, preocupada, me preguntaba cuándo dejaría su hija de año y medio de ser tan egoísta; cuándo aprendería a compartir.
¿Por qué el aprender a compartir obsesiona tanto a algunos padres y educadores? ¿De qué les va a servir a los niños aprender una cosa así? Los adultos no compartimos casi nada.
Un ejemplo. Isabel, no llega a dos añitos, juega en el parque con su cubo, su palita y su pelota, bajo la atenta y cariñosa mirada de mamá. Claro, como le faltan manos, en ese momento sólo la pala está bajo su posesión directa, y el cubo y la pelota yacen a cierta distancia. Se acerca un niño desconocido, más o menos del mismo tamaño, se sienta al lado de Isabel y sin mediar palabra agarra la pelota. Isabel llevaba diez minutos sin hacer ningún caso de la pelota, y en un principio sigue tan tranquila dando golpes en el suelo con su pala. ¿Tan tranquila? Un observador atento habrá notado que los golpes son un poco más fuertes, y que Isabel vigila la pelota por el rabillo del ojo. El recién llegado, por su parte, parece plenamente consciente de que pisa terreno resbaladizo; aparta la pelota, observa el efecto, la vuelve a acercar... Para que no haya lugar a malentendidos, Isabel advierte: «¡É mía!»; y al poco se cree obligada a especificar: «¡Pelota é mía!» El intruso, que aparentemente todavía no domina las frases de tres palabras (o tal vez, simplemente, prefiere no comprometerse), se limita a repetir: «¡Pelota, peloooota, pota!» Temerosa sin duda de que estas palabras equivalgan a una reclamación de propiedad, Isabel decide recuperar la plena posesión de su pelotita verde. El intruso no ofrece demasiada resistencia, pero en un descuido logra hacerse con el cubo. Isabel juega unos minutos, satisfecha con la pelota recién recuperada, pero de pronto parece inquieta. ¿Y el cubo? ¡Pero a dónde vamos a llegar!
Y así podemos pasar media tarde. Unas veces, Isabel cederá de buen grado, durante unos minutos, el disfrute de alguna de sus posesiones. Otras veces lo tolerará de mal grado. Otras no lo tolerará en absoluto. En ocasiones, ella misma ofrecerá al otro niño su propia pala a cambio de su propio cubo, Puede haber algunos llantos y gritos por ambas partes; pero, en todo caso, es probable que su nuevo «amigo» consiga bastantes minutos de juego relativamente pacífico.
Es muy posible también que ambas madres intervengan. Y aquí se produce un hecho que nunca deja de sorprenderme: en vez de defender como una leona a su cría, cada madre se pone de parte del otro niño. «Venga, Isabel, déjale la pala a este niño.» «Vamos, Pedrito, devuélvele a esta niña su pala.» En el mejor de los casos, la cosa quedará en suaves exhortaciones; pero no pocas veces las madres compiten en una loca carrera de generosidad (¡qué fácil es ser generoso con la pala de otro!): «¡Ya está bien, Isabel, si te vas a portar así, mamá se enfada!» «¡Pedrito, pide perdón ahora mismo, o nos vamos!» «¡Déjelo, señora, que juegue, que juegue con la pala! Es que esta niña es una egoísta...» «¡Uy, pues el mío es tremendo! Tengo que estar todo el día detrás, porque siempre está chinchando a otros niños y quitándoles las cosas...» Y así acaban los dos castigados, como pequeños países en conflicto que podrían haber llegado fácilmente a un acuerdo amistoso si no hubieran intervenido las dos superpotencias.
Escenas como ésta, mil veces repetidas, hacen que a veces consideremos egoístas a nuestros hijos. Nosotros compartiríamos sin dudarlo una pala de plástico y una pelota de goma. Pero, ¿realmente somos más generosos que ellos, o es que los juguetes nos traen sin cuidado?
Es preciso poner las cosas en perspectiva. Imagine que es usted la que está sentada en un banco del parque escuchando música. A su lado, sobre el banco, su bolso sobre un periódico doblado. En esto se acerca un desconocido, se sienta a su lado y sin mediar palabra se pone a leer su periódico. Poco después deja el periódico (¡abierto y tirado por el suelo!), coge su bolso, lo abre, examina su interior... ¿Sabría usted compartir? ¿Cuánto tardaría en decirle cuatro frescas al desconocido, o en agarrar el bolso y salir corriendo? Si ve pasar a lo lejos a un policía, ¿no le llamaría? Imagine ahora que el policía se acerca y le dice:
—Ya está bien, déjale el bolso a este señor, o me enfado. Usted perdone, caballero, es que esta mujer todavía no sabe compartir... ¿Le gusta el teléfono móvil? Llame, llame a donde quiera... ¡Tú calla, mujer, como sigas protestando te vas a enterar!
Nuestra disposición a compartir depende de tres factores: qué prestarnos, a quién y durante cuánto tiempo. A un compañero de trabajo le podemos prestar un libro durante semanas, pero nos molesta que un desconocido nos toque el periódico sin pedir permiso. Sólo a un amigo del alma o a un pariente le prestaríamos nuestro coche para ir a dar una vuelta. Un niño pequeño tiene pocas posesiones, y un cubo, una pala o una pelota son tan importantes para él como para nosotros un bolso, un ordenador o una moto. El tiempo se le hace largo, y prestar un juguete durante unos minutos le resulta tan difícil como a su padre prestar el coche durante unos días. Y también distingue entre amigos y desconocidos, aunque no nos demos cuenta. Por ejemplo, ¿cuál de estas dos frases usaría la mamá de Isabel para resumir las historias arriba explicadas?:
a) Mientras Isabel estaba jugando en la arena con un amiguito, un desconocido me cogió el periódico y casi me quita el bolso, ¡qué susto!
b) Mientras yo jugaba con un amigo a pasarnos el bolso, un desconocido intentó quitarle la pelota a Isabel, ¡qué susto!
Claro, desde el punto de vista de un adulto, cualquier niño de dos años, indefenso y desvalido, es un «amiguito». Pero cuando mides menos de un metro, un niño de dos años es un desconocido, y puede que incluso un «individuo con sospechosas intenciones».
Un ejemplo final: Enrique, de veinticinco años, no sabiendo cómo calmar el llanto de su hijo Quique, de ocho meses, usa las llaves del coche como sonajero. Quique agarra las llaves, las menea, las mira, las vuelve a menear. Una niña de unos seis años se acerca y le hace monerías: «Uy, qué guapo ¿Cómo se llama? ¿Cuántos meses tiene? (es una de esas niñas precoces). Mi primo Antonio también tiene ocho meses, hoy no ha venido porque está con otitis.» «Hooola, Quiiique ¡Qué llaves más chulas! ¿Me las das? Toma, te las cambio por la pelota.» Enrique padre está encantado con la nueva amiguita de su hijo, hasta que la niña sale corriendo con las llaves, dejando la pelota como justo pago. ¿Cuántas décimas de segundo cree que tardará Enrique en salir detrás para recuperar las llaves? Quique ha compartido, pero su padre no está dispuesto a hacerlo.
En comparación, nuestros hijos son mucho más generosos que nosotros.
¿Por qué el aprender a compartir obsesiona tanto a algunos padres y educadores? ¿De qué les va a servir a los niños aprender una cosa así? Los adultos no compartimos casi nada.
Un ejemplo. Isabel, no llega a dos añitos, juega en el parque con su cubo, su palita y su pelota, bajo la atenta y cariñosa mirada de mamá. Claro, como le faltan manos, en ese momento sólo la pala está bajo su posesión directa, y el cubo y la pelota yacen a cierta distancia. Se acerca un niño desconocido, más o menos del mismo tamaño, se sienta al lado de Isabel y sin mediar palabra agarra la pelota. Isabel llevaba diez minutos sin hacer ningún caso de la pelota, y en un principio sigue tan tranquila dando golpes en el suelo con su pala. ¿Tan tranquila? Un observador atento habrá notado que los golpes son un poco más fuertes, y que Isabel vigila la pelota por el rabillo del ojo. El recién llegado, por su parte, parece plenamente consciente de que pisa terreno resbaladizo; aparta la pelota, observa el efecto, la vuelve a acercar... Para que no haya lugar a malentendidos, Isabel advierte: «¡É mía!»; y al poco se cree obligada a especificar: «¡Pelota é mía!» El intruso, que aparentemente todavía no domina las frases de tres palabras (o tal vez, simplemente, prefiere no comprometerse), se limita a repetir: «¡Pelota, peloooota, pota!» Temerosa sin duda de que estas palabras equivalgan a una reclamación de propiedad, Isabel decide recuperar la plena posesión de su pelotita verde. El intruso no ofrece demasiada resistencia, pero en un descuido logra hacerse con el cubo. Isabel juega unos minutos, satisfecha con la pelota recién recuperada, pero de pronto parece inquieta. ¿Y el cubo? ¡Pero a dónde vamos a llegar!
Y así podemos pasar media tarde. Unas veces, Isabel cederá de buen grado, durante unos minutos, el disfrute de alguna de sus posesiones. Otras veces lo tolerará de mal grado. Otras no lo tolerará en absoluto. En ocasiones, ella misma ofrecerá al otro niño su propia pala a cambio de su propio cubo, Puede haber algunos llantos y gritos por ambas partes; pero, en todo caso, es probable que su nuevo «amigo» consiga bastantes minutos de juego relativamente pacífico.
Es muy posible también que ambas madres intervengan. Y aquí se produce un hecho que nunca deja de sorprenderme: en vez de defender como una leona a su cría, cada madre se pone de parte del otro niño. «Venga, Isabel, déjale la pala a este niño.» «Vamos, Pedrito, devuélvele a esta niña su pala.» En el mejor de los casos, la cosa quedará en suaves exhortaciones; pero no pocas veces las madres compiten en una loca carrera de generosidad (¡qué fácil es ser generoso con la pala de otro!): «¡Ya está bien, Isabel, si te vas a portar así, mamá se enfada!» «¡Pedrito, pide perdón ahora mismo, o nos vamos!» «¡Déjelo, señora, que juegue, que juegue con la pala! Es que esta niña es una egoísta...» «¡Uy, pues el mío es tremendo! Tengo que estar todo el día detrás, porque siempre está chinchando a otros niños y quitándoles las cosas...» Y así acaban los dos castigados, como pequeños países en conflicto que podrían haber llegado fácilmente a un acuerdo amistoso si no hubieran intervenido las dos superpotencias.
Escenas como ésta, mil veces repetidas, hacen que a veces consideremos egoístas a nuestros hijos. Nosotros compartiríamos sin dudarlo una pala de plástico y una pelota de goma. Pero, ¿realmente somos más generosos que ellos, o es que los juguetes nos traen sin cuidado?
Es preciso poner las cosas en perspectiva. Imagine que es usted la que está sentada en un banco del parque escuchando música. A su lado, sobre el banco, su bolso sobre un periódico doblado. En esto se acerca un desconocido, se sienta a su lado y sin mediar palabra se pone a leer su periódico. Poco después deja el periódico (¡abierto y tirado por el suelo!), coge su bolso, lo abre, examina su interior... ¿Sabría usted compartir? ¿Cuánto tardaría en decirle cuatro frescas al desconocido, o en agarrar el bolso y salir corriendo? Si ve pasar a lo lejos a un policía, ¿no le llamaría? Imagine ahora que el policía se acerca y le dice:
—Ya está bien, déjale el bolso a este señor, o me enfado. Usted perdone, caballero, es que esta mujer todavía no sabe compartir... ¿Le gusta el teléfono móvil? Llame, llame a donde quiera... ¡Tú calla, mujer, como sigas protestando te vas a enterar!
Nuestra disposición a compartir depende de tres factores: qué prestarnos, a quién y durante cuánto tiempo. A un compañero de trabajo le podemos prestar un libro durante semanas, pero nos molesta que un desconocido nos toque el periódico sin pedir permiso. Sólo a un amigo del alma o a un pariente le prestaríamos nuestro coche para ir a dar una vuelta. Un niño pequeño tiene pocas posesiones, y un cubo, una pala o una pelota son tan importantes para él como para nosotros un bolso, un ordenador o una moto. El tiempo se le hace largo, y prestar un juguete durante unos minutos le resulta tan difícil como a su padre prestar el coche durante unos días. Y también distingue entre amigos y desconocidos, aunque no nos demos cuenta. Por ejemplo, ¿cuál de estas dos frases usaría la mamá de Isabel para resumir las historias arriba explicadas?:
a) Mientras Isabel estaba jugando en la arena con un amiguito, un desconocido me cogió el periódico y casi me quita el bolso, ¡qué susto!
b) Mientras yo jugaba con un amigo a pasarnos el bolso, un desconocido intentó quitarle la pelota a Isabel, ¡qué susto!
Claro, desde el punto de vista de un adulto, cualquier niño de dos años, indefenso y desvalido, es un «amiguito». Pero cuando mides menos de un metro, un niño de dos años es un desconocido, y puede que incluso un «individuo con sospechosas intenciones».
Un ejemplo final: Enrique, de veinticinco años, no sabiendo cómo calmar el llanto de su hijo Quique, de ocho meses, usa las llaves del coche como sonajero. Quique agarra las llaves, las menea, las mira, las vuelve a menear. Una niña de unos seis años se acerca y le hace monerías: «Uy, qué guapo ¿Cómo se llama? ¿Cuántos meses tiene? (es una de esas niñas precoces). Mi primo Antonio también tiene ocho meses, hoy no ha venido porque está con otitis.» «Hooola, Quiiique ¡Qué llaves más chulas! ¿Me las das? Toma, te las cambio por la pelota.» Enrique padre está encantado con la nueva amiguita de su hijo, hasta que la niña sale corriendo con las llaves, dejando la pelota como justo pago. ¿Cuántas décimas de segundo cree que tardará Enrique en salir detrás para recuperar las llaves? Quique ha compartido, pero su padre no está dispuesto a hacerlo.
En comparación, nuestros hijos son mucho más generosos que nosotros.
Su hijo es ecuánime
Es decir, tiende a mantener un estado de ánimo estable. En palabras más sencillas, su hijo no es nada llorón.
¿Cómo que no, si se pasa el día llorando? Los niños pequeños, es cierto, lloran más a menudo que los adultos y por eso solemos decir que los niños son llorones.
¿Y si resulta que, simplemente, tienen más motivos para llorar?
«Es que lloran sin motivo», me dirá usted. «Lloran por cualquier tontería.» Lloran, según la edad, porque se les cae una torre de piezas de construcción, porque no les compramos un helado, porque les llevamos al médico, porque nos vamos cinco minutos, porque no encuentran la teta a la primera, porque les cambiamos el pañal, porque les secamos el pelo... Ningún adulto lloraría por esas cosas, desde luego.
¿Y por qué lloraría usted? Haga un experimento: siente en su regazo a su hijo de uno o dos años y dígale las cosas más tristes que se le ocurran: «Te van a hacer una inspección de hacienda.» «Te han despedido del trabajo.» «Te están saliendo unas patas de gallo espantosas.» «Tu equipo de fútbol baja a segunda...» No llorará. Las cosas que nos hacen llorar a los niños y a los adultos son totalmente distintas.
Entre las cosas que con más frecuencia hacen llorar a un niño pequeño están:
—Separarse dos minutos de su madre.
—Intentar hacer algo que no le sale.
—Notar algo raro y no saber qué es.
—Necesitar algo y no saber cómo conseguirlo.
Todas ellas son cosas, para su desgracia, que pueden ocurrir (y ocurren) varias veces al día. En cambio, las cosas que nos hacen llorar a los mayores ocurren sólo de tarde en tarde. Por eso parece que somos menos llorones, pero no es cierto. Si nuestro equipo bajase a segunda varias veces al día, si nos despidiesen del trabajo cada mañana, si se muriesen cada día varios de nuestros mejores amigos, nos pasaríamos también el día llorando.
Su hijo sabe perdonar
Emilia y su hijo Óscar, de seis años, han tenido una fuerte diferencia de opiniones. Para no perdernos con los detalles, digamos tan sólo que Emilia era partidaria de que Óscar se duchase, mientras que este último se sentía muy limpio. Ha habido gritos, llantos, insultos y amenazas. Un testigo imparcial reconocería que la mayor parte de los llantos ha venido de una de las partes en conflicto, y la mayor parte de los insultos y de las amenazas de la otra.
De eso hace una hora. ¿Cuál de estas personas cree usted que está ahora contenta y feliz, y continúa con sus ocupaciones como si nada hubiera ocurrido, mostrándose incluso inusualmente alegre y zalamera; y cuál, por el contrario, es más probable que esté todavía enfadada, haciendo reproches, rezongando? «Mira, mamá, mira qué hago.» «No, mamá no ríe. " «¿Iremos al zoo el domingo?» «A ver, ¿tú crees que te lo mereces? ¿Te parece que te has portado bien?»
Arturo, el padre, vuelve ahora del trabajo. ¿Cuál de las siguientes frases le parece que oirá?:
a) «Mamá se ha puesto tremenda esta tarde, no sabes la escenita que me ha hecho. Tienes que decirle algo.»
b) «Este niño ha estado toda la tarde muy impertinente, no me hace ni caso. Tienes que decirle algo.»
Nuestros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces. Perdonan sin doblez, sin reservas, sin reproches, hasta olvidar completamente el agravio. Se les pasa el enfado mucho antes que a nosotros.
De eso hace una hora. ¿Cuál de estas personas cree usted que está ahora contenta y feliz, y continúa con sus ocupaciones como si nada hubiera ocurrido, mostrándose incluso inusualmente alegre y zalamera; y cuál, por el contrario, es más probable que esté todavía enfadada, haciendo reproches, rezongando? «Mira, mamá, mira qué hago.» «No, mamá no ríe. " «¿Iremos al zoo el domingo?» «A ver, ¿tú crees que te lo mereces? ¿Te parece que te has portado bien?»
Arturo, el padre, vuelve ahora del trabajo. ¿Cuál de las siguientes frases le parece que oirá?:
a) «Mamá se ha puesto tremenda esta tarde, no sabes la escenita que me ha hecho. Tienes que decirle algo.»
b) «Este niño ha estado toda la tarde muy impertinente, no me hace ni caso. Tienes que decirle algo.»
Nuestros hijos nos perdonan, cada día, docenas de veces. Perdonan sin doblez, sin reservas, sin reproches, hasta olvidar completamente el agravio. Se les pasa el enfado mucho antes que a nosotros.
Su hijo es valiente
Imagine que está usted haciendo cola en su banco cuando entran unos individuos armados con la cara tapada. Si le dicen que se tire al suelo, ¿no se tira? Si le dicen que se calle, ¿no se calla? Si le dicen que se esté quieta, ¿no se queda de piedra? ¿Cree que un niño de dos años hubiera obedecido? Imposible, Ninguna fuerza, ninguna amenaza, ni siquiera una pistola apuntándole puede hacer que un niño de dos años se esté quieto media hora, deje de pedir pipí o deje de llorar en plena rabieta. Admire su valor, en vez de quejarse de su «obstinación».
Su hijo es diplomático
Pedro y Antonio, dos amigos de cinco años, juegan en el parque mientras sus padres charlan en un banco. En esto llega Luis, otro niño de la clase, con su mamá. ¡No está poco contento Luis con el triciclo que le acaban de comprar para su cumpleaños!
Tres niños, un solo triciclo. ¿A quién puede extrañarle que surja un conflicto, cuando hemos visto morir a miles de personas por cosas mucho más feas, como un pozo de petróleo o una mina de diamantes?
Pedro y Antonio, como todos los desposeídos, son de izquierdas y consideran que la riqueza debe repartirse entre los camaradas. Luis, como todos los nuevos ricos, se ha hecho de derechas y opina que lo que es de cada uno es de cada uno. Hay un malentendido, un forcejeo. Pedro (que es un poco mayor) agarra con violencia el triciclo, y Luis cae de culo al suelo llorando desconsolado.
¡Ya está armada! La madre de Luis le reprocha que no preste sus juguetes y que lloriquee tanto. Se lo reprocha, hay que decirlo, un poco por «el qué dirán», pues en el fondo piensa que ha empezado el otro y que vaya amigos más gamberros que tiene su hijo. El padre de Pedro está muy enfadado; es consciente de que su hijo ha iniciado la «agresión» y probablemente se ve obligado por el mismo «qué dirán» a exagerar la nota. Increpa a su hijo, le grita, le atosiga con preguntas retóricas, «¡pero que te has creído!», de esas que dejan al niño totalmente inerme (pues sabe que si no dice nada, se lo volverán a preguntar: «Venga, dime, ¿te parece a ti bonito empujar a la gente?»; pero si dice algo será peor: «¡A mí no me repliques!»). La filípica adquiere tales proporciones que ya Luis ha dejado de llorar y observa, más asustado que satisfecho, mientras Pedro empieza a llorar por su parte y Antonio contempla la escena estupefacto.
Por fin Antonio parece tener una idea. Llama la atención de Luis y le hace reír con su mejor imitación de cierto personaje de la tele. Una vez roto el hielo, le propone echar una carrera. «Hasta la fuente», acepta Luis. «¡Vamos, Pedro, tonto el último!» Y salen los tres de estampida.
¡Qué fina maniobra! Antonio ha ideado una elaborada estrategia para desatascar la situación, y Luis, pese a ser la parte ofendida, lo ha entendido enseguida y le ha secundado para librar a su amigo del furor paterno. Ya los tres juegan en perfecta armonía, olvidado el incidente y abandonado el triciclo, junto a los padres todavía enfadados. Hasta es posible que la madre de Luis exclame: «¿Y para esto me hace bajar a la calle con el triciclo? ¡Ya ves, ahora a jugar a otra cosa y el triciclo aquí muerto de risa!». El padre de Antonio calla, pero está muy orgulloso de su hijo.
Su hijo es sincero
¡Y cómo nos molesta su sinceridad! Hemos inventado palabras ofensivas y denigrantes para calificarle cada vez que dice lo que piensa: «¿Por qué ese señor es negro?» (¡No seas impertinente!) «¡Quiero chocolate!» (¡No seas pesado!) «¡Mira qué mujer más gorda!» (¡No seas grosero!) «¡No me gustan los guisantes!» (¡No seas caprichoso!) «¿Para qué tengo que lavarme? No estoy sucio» (¡No seas contestón!) ¿Cuándo aprenderán esas útiles virtudes del adulto: el disimulo, la astucia, el engaño...? Las aprenderán cuando se den cuenta de que se ahorran muchas regañinas si dicen mentiras o si callan verdades.
El maestro tiene que ausentarse un momento y ordena a Carlos, de siete años, que en su calidad de primero de la clase se quede vigilando. La noble tarea del vigilante consiste en pasear entre los pupitres con los brazos cruzados, riñendo a los niños que hablan. Uno de los niños se levanta sin motivo, Carlos, en ejercicio de sus funciones, le dice que se siente; el otro no quiere. Carlos avanza con los brazos cruzados hacia el infractor, con una vaga idea de devolverlo a su pupitre por la fuerza. Se empujan mutuamente con los brazos cruzados, se les escapa la risa, toda la clase ríe.
En lo mejor de la diversión regresa el maestro, muy enfadado. Carlos intenta justificarse, pero el maestro no quiere explicaciones. Sólo hace una pregunta en tono conminatorio:
—¿Tú crees que se puede reír mientras se vigila?
—Sí —responde Carlos, y recibe una sonora bofetada.
El maestro vuelve a preguntar gritando:
—¿Tú crees que se puede reír mientras se vigila?
Esta vez Carlos se toma unos instantes para contestar. Está asustado, paralizado por el terror. Intenta comprender el motivo, qué ha hecho mal para merecer este trato. Porque no le han pegado por jugar en clase, sino por responder a una pregunta. Y él ha respondido correctamente: ha dicho la verdad. Evidentemente, el maestro quiere que conteste «no». ¿Puede contestar «no» y salvarse? Carlos intenta justificarse a sí mismo ese «no», busca desesperadamente un motivo para cambiar su respuesta. No lo encuentra. Si la pregunta hubiera sido «¿está permitido reír mientras se vigila?», podría contestar «no» de inmediato (él no sabía que no estaba permitido, pero ahora lo sabe: el enfado del maestro muestra bien a las claras que no está permitido). Pero la pregunta ha sido: «¿Tú crees que se puede...?». «Sí, piensa Carlos, yo creo que sí que se puede. Eso es lo que yo creo, ésa es la verdad, no puedo contestar otra cosa.» No quiere ser un héroe, no quiere desafiar al maestro, sólo quiere decir la verdad y, entre sollozos e hipidos, vuelve a decir: «¡Sí!»
El maestro le propina una bofetada todavía más fuerte y, con los ojos fulgurantes, el rostro congestionado y un tono terriblemente amenazador, repite la fatídica pregunta:
—¿Tú crees que se puede reír mientras se vigila?
¿Cuántas bofetadas puede soportar un niño de siete años? Carlos vacila, piensa en decir que sí, tiene miedo. Haciendo un esfuerzo inspira profundamente, contiene sus sollozos, pronuncia un «no» lastimero y rompe a llorar amargamente.
Esta escena tuvo lugar hace treinta y cinco años; y Carlos, lo habrán adivinado, era yo. No recuerdo el dolor de los golpes, no recuerdo la humillación. Recuerdo sólo el asombro, el estupor, el desconcierto y..., sobre todo, la rabia y la impotencia, el haber sido obligado a decir una mentira.
Su hijo es sociable
Observe con qué facilidad se pone su hijo a jugar con cualquier otro niño. No le importa la clase social, la raza ni la forma de vestir. Nunca oirá a su hijo pequeño hacer manifestaciones racistas («estoy harto de estos moros, vienen en pateras y nos quitan el tobogán»).
Aunque los padres se nieguen el saludo por viejas rencillas, los niños se hablan sin prejuicios. No hace mucho era costumbre intentar limitar esta sociabilidad de los niños («no me gusta que juegues con Fulanito, es malo / no es como nosotros / no te conviene / es una mala compañía»).
Su hijo es comprensivo
Acabo de hacer un pequeño experimento. He buscado en Internet la frase «los niños son crueles» y he encontrado 40 páginas que la contienen. La frase «los niños son cariñosos» sólo aparece en una de los millones de páginas de Internet. «Los niños son comprensivos», en ninguna.
Se acusa a los niños de abusar de los más débiles, poner motes y burlarse de los que tienen algún defecto. Pero esas conductas constituyen la excepción y no la regla. Es cierto que, por su falta de experiencia social, los niños pueden hacer preguntas embarazosas o mirar insistentemente a una persona con algún defecto físico. Pero también son capaces de tratar con la mayor naturalidad a cualquier compañero y aceptarlo tal como es, sin preocuparse por su aspecto.
Conozco una familia con varios hijos, el mayor de los cuales sufre un retraso mental profundo. No camina ni habla. Durante un tiempo, cogió la mala costumbre de tirar con fuerza del pelo a todo aquel, niño o adulto, que se le pusiese a mano. Sus hermanos pequeños comprendían perfectamente que no era responsable de sus actos y mostraban una exquisita tolerancia. Si en sus correrías pasaban demasiado cerca del hermano y quedaban atrapados, se limitaban a quedarse muy quietos, con una evidente expresión de dolor, y a llamar suavemente a algún adulto para que viniera a liberarlos. Por supuesto, si les estiraba del pelo cualquier otro, respondían con la adecuada contundencia.
Numerosos investigadores han comprobado que los niños menores de tres años suelen mostrar empatia, es decir, preocupación por el sufrimiento ajeno. Cuando un compañero llora, es frecuente que intenten consolarle.
Bowlby cita un estudio en el que se observó cuidadosa mente el comportamiento de veinte niños de uno a tres años en una guardería. Diez de ellos habían sufrido abusos, los otros diez provenían de familias con problemas, pero no habían sufrido abusos. Los niños que habían sido maltratados se peleaban el doble que los otros y mostraban además tres conductas que no se observaron en ninguno de los niños no maltratados: agredir a un adulto, agredir a otro niño sin ningún motivo ni provocación, aparentemente sólo para molestar, gritar o pegar a otros niños que lloraban, en vez de intentar consolarlos.
Aunque los padres se nieguen el saludo por viejas rencillas, los niños se hablan sin prejuicios. No hace mucho era costumbre intentar limitar esta sociabilidad de los niños («no me gusta que juegues con Fulanito, es malo / no es como nosotros / no te conviene / es una mala compañía»).
Su hijo es comprensivo
Acabo de hacer un pequeño experimento. He buscado en Internet la frase «los niños son crueles» y he encontrado 40 páginas que la contienen. La frase «los niños son cariñosos» sólo aparece en una de los millones de páginas de Internet. «Los niños son comprensivos», en ninguna.
Se acusa a los niños de abusar de los más débiles, poner motes y burlarse de los que tienen algún defecto. Pero esas conductas constituyen la excepción y no la regla. Es cierto que, por su falta de experiencia social, los niños pueden hacer preguntas embarazosas o mirar insistentemente a una persona con algún defecto físico. Pero también son capaces de tratar con la mayor naturalidad a cualquier compañero y aceptarlo tal como es, sin preocuparse por su aspecto.
Conozco una familia con varios hijos, el mayor de los cuales sufre un retraso mental profundo. No camina ni habla. Durante un tiempo, cogió la mala costumbre de tirar con fuerza del pelo a todo aquel, niño o adulto, que se le pusiese a mano. Sus hermanos pequeños comprendían perfectamente que no era responsable de sus actos y mostraban una exquisita tolerancia. Si en sus correrías pasaban demasiado cerca del hermano y quedaban atrapados, se limitaban a quedarse muy quietos, con una evidente expresión de dolor, y a llamar suavemente a algún adulto para que viniera a liberarlos. Por supuesto, si les estiraba del pelo cualquier otro, respondían con la adecuada contundencia.
Numerosos investigadores han comprobado que los niños menores de tres años suelen mostrar empatia, es decir, preocupación por el sufrimiento ajeno. Cuando un compañero llora, es frecuente que intenten consolarle.
Bowlby cita un estudio en el que se observó cuidadosa mente el comportamiento de veinte niños de uno a tres años en una guardería. Diez de ellos habían sufrido abusos, los otros diez provenían de familias con problemas, pero no habían sufrido abusos. Los niños que habían sido maltratados se peleaban el doble que los otros y mostraban además tres conductas que no se observaron en ninguno de los niños no maltratados: agredir a un adulto, agredir a otro niño sin ningún motivo ni provocación, aparentemente sólo para molestar, gritar o pegar a otros niños que lloraban, en vez de intentar consolarlos.
Los niños criados con cariño y respeto son cariñosos y respetuosos. No todo el rato, por supuesto, pero sí la mayor parte del tiempo. Ésa es su tendencia natural, pues en el ser humano la cooperación con otros miembros del grupo es tan natural como el andar o el hablar. Para conseguir que los niños se vuelvan agresivos, tenemos que empujarles de alguna manera, apartarles del camino normal. Los niños «educados» a gritos gritan. Los niños «educados» a golpes pegan".
En Carlos González: Bésame Mucho. Cómo criar a tus hijos con amor, Temas de Hoy, Madrid, 2003.
¡Top Five!
16 agosto 2009
Nancy me invita a que les cuente!! Habrán observado que no soy muy "memerista" jajajaja...es decir, no me gustan mucho los memes. Es más, a veces me aburro cuando voy a los blogs y solo veo memes. No es de mala onda, no. Es que no me gusta que me impongan "reglas" en una actividad tan libre como esta. En el caso del que propone Nancy, me gusta el hecho de poder modificarlo y hacer del meme lo que se me antoje. Aunque la verdad es que ella sí me dio reglas...jejeje. Pero, digamos...lo puedo adaptar. Y eso de elegir a 5 personas creo que no lo agregaré ¿me leen 5 personas? Gracias Nancy!!!!
1) El chocolate
2) Caminar de la mano con Guille (está tan grande!)
3) Cocinar para mi gente querida
4) Sacar/ Mirar fotos
5) Proyectar, aunque debo confesar que me cuesta muchísimo concretar. Siempre me quedo en el proyecto!!
¿Quién más se anima a contarnos?
Niños: entre el "hacé lo que quieras" y los insultos
Realmente estamos muy lejos de una "ciudad para los niños" y no sólo porque el ambiente urbano es inseguro para ellos, sino también porque ni los propios niños utilizan los lugares de esparcimiento para ser eso: niños. Cuando vamos al parque, intento comprender las situaciones y tener empatía hacia el resto de la gente que está disfrutando de ese lugar público. Pero pareciera que a ellos no les importa ser respetuosa con el prójimo.
Ayer fuimos al parque, un espacio enorme cerca de casa. Lo primero que se encuentra al llegar es mugre: papeles diversos, bolsitas de nylon, colillas de cigarrillos, vasitos plásticos y popó de perro. Así que empezamos por buscar un lugar medianamente limpio y nos aseguramos de que no quede basura cerca, ya que para Guille, cualquier cosita que encuentra en el suelo es un juguete. Ahora, yo me pregunto ¿quién educó a esta gente?, porque recuerdo muy bien que cuando era chica, tanto en mi familia como en la escuela, nos hablaban constantemente de no tirar basura al piso, de juntar lo que se nos caiga, de utilizar los tachos de basura (cierto, hay pocos...pero la alternativa si no encuentro un cesto de basura es guardarlo en mi bolso, mochila o hasta bolsillo ¡jamás tirarlo al piso!).
Después de idas y venidas conseguimos instalarnos. A escasos 20 metros estaba ubicada una familia que había llevado al parque un cuatriciclo, quien lo manejaba -por cierto, a toda velocidad- era una nena de unos 7 años. Yo digo, ¿una criatura de 7 años tiene los reflejos suficientes para frenar si se le cruza alguien? Realmente es grave y puede ocasionar una tragedia. Para no discutir con los responsables, decidimos apartarnos y buscar un lugar más tranquilo. Caminamos unos 50 metros, en el camino escuché tantas faltas de respeto hacia los niños que cruzábamos, que terminé agotada:
Padre a un bebé de unos 18 meses: "Esto se termina cuando dejes de usar pañales ¡cómo vas a usar pañales todavía!".
Padre a nene de unos 4 años intentando remontar un barrilete: "Pero ¿sos boludo vos? Te dije que no lo sueltes tarado!"
Madre a una nena de unos 3 años que corría y se alejaba: "¡Nahiaraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!" La nena no respondía, la madre se levanta diciendo "Venía acá que te pego un chirlo en la cola"
Naturalmente fue demasiado fuerte para nosotros. Me pregunto si hace falta tanta violencia para relacionarse con los hijos, si es necesario gritarles tanto o referirse a ellos con groserías. Me respondo que no.
Estuvimos un ratito y partimos, agotados de tanto griterío y de tanta falta de respeto mutua. No, no es que quiera juzgarlos, cada uno hace lo que puede y cría a sus hijos como le sale. Pero podríamos apostar a una sociedad menos violenta y si bien yo no tengo todas las respuestas, sé que podemos conseguirlo bajando el volumen, conectándonos con nosotros mismos y con nuestros hijos. Si supiéramos cuántos beneficios podríamos obtener cambiando nuestra actitud.
Lo que más me entristece es que esos chicos "violentados" van a formar parte de la vida de mi hija. Serán sus compañeritos de banco, los chicos con los que baile de adolescente, serán bancarios, taxistas, empleados públicos, maestros y médicos. ¿Cómo van a tratarnos si no saben lo que es el respeto?¿Cómo preservo a mi hija de la violencia?
Hiperactividad en los niños y alimentación
15 agosto 2009
Me gustó muchísimo este artículo que uno de mis contactos de Facebook (Ale Galván)publicó en su muro. Me pregunto si no es bastante evidente que los productos sumamente elaborados puedan tener repercusiones sobre la salud. Les cuento que tengo un alumnos super tranquilo, amoroso, y el otro día hablando de los regalos del día del niño (tienen 13 años y aún reciben mimos y regalos, me encantó!), me dijo que su regalo había sido "comer caramelos" ya que su mamá es odontóloga y no tienen mucho acceso a dulces excesivos. Me llamó la atención ese dato y relacionarlo con este artículo. No, no digo que comer un caramelo o un paquete de papas fritas de tanto en tanto cause hiperactividad. Digo que deberíamos ser un poco más conscientes de lo que comemos nosotros y de lo que le damos de comer a nuestros hijos. Porque todo lo que "metemos" en el cuerpo genera repercusiones. Al final es mucho más fácil retirar los alimentos "sospechosos" que medicar a los niños con Rivotril ¿No podemos siquiera probar?
"Déficit de atención con y sin hiperactividad, empezando por el principio.
La hiperactividad y déficit de atención en los últimos años ha venido creciendo de una manera alarmante, ¿porqué antes no se veían tantos casos? ¿Esta es una nueva enfermedad o condición adquirida por los nuevos estilos de vida, aditivos químicos utilizados por la industria de alimentos o nuevas generaciones de medicamentos? Quedan muchas interrogantes por contestar, pero el hecho concreto es que el ambiente y la tecnología están cambiando.
En la literatura científica (R. Schnoll, Health Nutrition centre NY, H. M Anthony Allergy Centre UK, L Eugene, Dep. Psyquiatry Ohio St. y muchos otros) y en la práctica se ha podido comprobar que más del 70% de niños con Déficit de atención con y sin hiperactividad ven beneficiados por una dieta exenta de sustancias alérgenas. Lo lamentable es que son pocos los estudios que toman en cuenta esta factor, ya que la mayoría se centran en la efectividad de los medicamentos sobre la condición, por la gran presión que ejercen las empresas farmacéuticas sobre las investigaciones, los investigadores y los medios de comunicación, sin tomar en cuenta los motivos por los que la bioquímica de los niños se ha visto alterada. Casi ningún estudio toma en cuenta los hábitos de la familia y del niño.
Si realizamos un análisis de la alimentación de los niños hoy en día veremos un elevado consumo de productos lácteos, productos de panificación, galletería, golosinas y productos empacados.
Muchos padres y educadores se preguntaran ¿qué de malo tienen estos alimentos?, y la respuesta es que son altamente alergizantes, sobre todo en personas susceptibles. A casi la totalidad de niños con hiperactividad que se realizan pruebas de alergias IgG, los productos lácteos presentan un elevadísimo grado de afectación estos productos incluyen leche, quesos, yogures. Esto debido a que las proteínas como caseína y beta lacto albúmina son sumamente alérgenas pero no presentas signos evidentes de alergia es decir normalmente no aparecen ronchas, ni enrojecimiento de la piel, pero si rinitis alérgica por ejemplo y trastornos del comportamiento. Asimismo muchos niños son sensibles al gluten del trigo lo que puede ocasionar también alternaciones en el comportamiento, aunado al alto consumo de productos empaquetados que contienen benzoato de sodio y colorantes sobre todo el Amarillo Nº 5 o Tartrazina contenido también en todos los productos de galletería y panadería para darle color a los alimentos y hacerlos más apetitosos.
Ecología nutricional
Muchos padres y educadores en una primera impresión pensarían que este argumento es una exageración, es más a muchos padres les da pena pensar que sus hijos no deben comer golosinas artificiales, y si hablamos de los lácteos quizás se sientan confundidos debido a que culturalmente son considerados como alimentos sanos, muchos padres dicen ¡cómo le voy a quitar los lácteos a sus hijos si es lo único que comen!
A medida que se investiga más acerca de el perjuicio de la leche para la salud, la población se irá convenciendo que no es una buena opción nutricional y menos para personas sensibles o alérgicas, pero como no tenemos el poder económico de las empresas lácteas no podemos bombardear la ciudad con mensajes veraces sobre sus cualidades.
Asimismo estamos expuestos a una inmensa cantidad de productos basura para los niños como caramelos llenos de colorantes y preservantes, galletas y productos de panadería con alto contenido de químicos, todos ellos ajenos a nuestra biología, por ello nuestro organismo no los reconoce y genera reacciones de rechazo o sensibilidad dando como resultado cambios en nuestro sistema inmune y comportamiento.
Si su hijo tiene trastorno del comportamiento, analice su alimentación, ¿está consumiendo grandes cantidades de lácteos, galletas? Debe ser que muchas alergias se comportan de forma poco convencional haciendo que uno quiera consumir en mayor cantidad los alimentos que le generan reacciones alérgicas adversas".
Mg. Geraldine Maurer
El artículo fue publicado en la web Alerta Nutricional
"Déficit de atención con y sin hiperactividad, empezando por el principio.
La hiperactividad y déficit de atención en los últimos años ha venido creciendo de una manera alarmante, ¿porqué antes no se veían tantos casos? ¿Esta es una nueva enfermedad o condición adquirida por los nuevos estilos de vida, aditivos químicos utilizados por la industria de alimentos o nuevas generaciones de medicamentos? Quedan muchas interrogantes por contestar, pero el hecho concreto es que el ambiente y la tecnología están cambiando.
En la literatura científica (R. Schnoll, Health Nutrition centre NY, H. M Anthony Allergy Centre UK, L Eugene, Dep. Psyquiatry Ohio St. y muchos otros) y en la práctica se ha podido comprobar que más del 70% de niños con Déficit de atención con y sin hiperactividad ven beneficiados por una dieta exenta de sustancias alérgenas. Lo lamentable es que son pocos los estudios que toman en cuenta esta factor, ya que la mayoría se centran en la efectividad de los medicamentos sobre la condición, por la gran presión que ejercen las empresas farmacéuticas sobre las investigaciones, los investigadores y los medios de comunicación, sin tomar en cuenta los motivos por los que la bioquímica de los niños se ha visto alterada. Casi ningún estudio toma en cuenta los hábitos de la familia y del niño.
Si realizamos un análisis de la alimentación de los niños hoy en día veremos un elevado consumo de productos lácteos, productos de panificación, galletería, golosinas y productos empacados.
Muchos padres y educadores se preguntaran ¿qué de malo tienen estos alimentos?, y la respuesta es que son altamente alergizantes, sobre todo en personas susceptibles. A casi la totalidad de niños con hiperactividad que se realizan pruebas de alergias IgG, los productos lácteos presentan un elevadísimo grado de afectación estos productos incluyen leche, quesos, yogures. Esto debido a que las proteínas como caseína y beta lacto albúmina son sumamente alérgenas pero no presentas signos evidentes de alergia es decir normalmente no aparecen ronchas, ni enrojecimiento de la piel, pero si rinitis alérgica por ejemplo y trastornos del comportamiento. Asimismo muchos niños son sensibles al gluten del trigo lo que puede ocasionar también alternaciones en el comportamiento, aunado al alto consumo de productos empaquetados que contienen benzoato de sodio y colorantes sobre todo el Amarillo Nº 5 o Tartrazina contenido también en todos los productos de galletería y panadería para darle color a los alimentos y hacerlos más apetitosos.
Ecología nutricional
Muchos padres y educadores en una primera impresión pensarían que este argumento es una exageración, es más a muchos padres les da pena pensar que sus hijos no deben comer golosinas artificiales, y si hablamos de los lácteos quizás se sientan confundidos debido a que culturalmente son considerados como alimentos sanos, muchos padres dicen ¡cómo le voy a quitar los lácteos a sus hijos si es lo único que comen!
A medida que se investiga más acerca de el perjuicio de la leche para la salud, la población se irá convenciendo que no es una buena opción nutricional y menos para personas sensibles o alérgicas, pero como no tenemos el poder económico de las empresas lácteas no podemos bombardear la ciudad con mensajes veraces sobre sus cualidades.
Asimismo estamos expuestos a una inmensa cantidad de productos basura para los niños como caramelos llenos de colorantes y preservantes, galletas y productos de panadería con alto contenido de químicos, todos ellos ajenos a nuestra biología, por ello nuestro organismo no los reconoce y genera reacciones de rechazo o sensibilidad dando como resultado cambios en nuestro sistema inmune y comportamiento.
Si su hijo tiene trastorno del comportamiento, analice su alimentación, ¿está consumiendo grandes cantidades de lácteos, galletas? Debe ser que muchas alergias se comportan de forma poco convencional haciendo que uno quiera consumir en mayor cantidad los alimentos que le generan reacciones alérgicas adversas".
Mg. Geraldine Maurer
El artículo fue publicado en la web Alerta Nutricional
"Mamá de Lola", dibujando la crianza con apego
13 agosto 2009
Ayer, visitando el blog de Mihmita, una de las mamás que conozco del foro de Red Canguro, me encontré con una ilustración que llamó mucho mi atención. Di una vuelta por la página web de la cual provenía la viñeta y estuve un buen rato mirando las imágenes. Hubo varias que llamaron mi atención, pero cuando llegué a la entrada que se llama "¿Por qué llora tanto mi bebé?" realmente me conmoví y terminé llorando, me angustió muchísimo y me recordé hace un año atrás, con mi bebita llorando en brazos durante horas.
Creo que cuando una obra logra sensibilizar hasta ese extremo, es porque ha logrado su objetivo. Les dejo la viñeta que, amablemente, "Mamá de Lola" me autorizó a publicar. Los invito también a pasar por su web y disfrutar de sus ilustraciones sobre crianza con apego, portabebés, lactancia y más. Y aclaro que, aparte de conmoverme, me encanta la estética y el significado de la ilustración: el papá conteniendo a la mamá que sostiene, el atardecer, el rostro de la madre oculto y el bebé llorando. Muy lograda.
"¿Por qué llora tanto mi bebé?"
©2009 Mamá de Lola
Reemplazando la leche de vaca
12 agosto 2009
Hace casi 4 meses que empezamos a reducir el consumo de lácteos en casa. Debo confesar que no nos resulta demasiado difícil ya que el único lácteo que nos gusta a David y a mi es el queso. Rectifico, no nos gusta, más bien MORIMOS por el queso. El resto: leche, yogur, postrecito, flan, no nos gusta. Sin embargo, cuando empezamos con la alimentación complementaria de Guille, le dimos yogur, danonino, postrecitos, porque supuestamente era "lo que había que hacer". Después, informándonos y leyendo, llegamos a otras conclusiones y retiramos los lácteos que nos parecía que "estaban de más". No retiramos todos los lácteos, Guille sigue tomando leche y nosotros seguimos muriendo por el queso (jaja!), pero retiré lo que me parecía un consumo innecesario y excesivo: yogures, danonino, postrecitos varios. Los fui reemplazando por colaciones distintas: frutas, galletitas de cereales, muffins o tortas elaboradas en casa con harina integral, pan negro y algún trocito de queso, entre otras cosas.
Después empecé a probar reemplazos posibles para la leche, sin intención de retirarla por completo, pero sí de reducir un poco la cantidad (Guillermina llegaba a tomar hasta 1 lt. de leche por día y a mí me parecía demasiado). Los reemplazos no tuvieron éxito, Guille no aceptó ni leche de avena, ni de almendras, ni de soja. Debo confesar que a mi tampoco me gustaron...y la máxima de la alimentación para con mi hija es "no pretendo que le guste algo que a mi no me gusta". Pero, después de mucho probar, encontré el reemplazo: Mate Cocido Taragüí Niños...lo malo es que viene saborizado, pero bueno, al menos reduje un poco la ingesta de leche.
Después empecé a probar reemplazos posibles para la leche, sin intención de retirarla por completo, pero sí de reducir un poco la cantidad (Guillermina llegaba a tomar hasta 1 lt. de leche por día y a mí me parecía demasiado). Los reemplazos no tuvieron éxito, Guille no aceptó ni leche de avena, ni de almendras, ni de soja. Debo confesar que a mi tampoco me gustaron...y la máxima de la alimentación para con mi hija es "no pretendo que le guste algo que a mi no me gusta". Pero, después de mucho probar, encontré el reemplazo: Mate Cocido Taragüí Niños...lo malo es que viene saborizado, pero bueno, al menos reduje un poco la ingesta de leche.
Por cierto, los sobrecitos traen unos stickers de las chicas superpoderosas, y mi amiga Marcia dice que Guille se parece a Bellota en esta versión:
¿A ustedes les parece? ;-)
Adiós a la "teta", por Frato
10 agosto 2009
Ayer terminó la Semana Internacional de la Lactancia Materna y me parece interesante, en ocasión de este acontecimiento -que, por cierto, tuvo menos difusión de lo esperado- compartir con ustedes esta reflexión que hace Tonucci acerca del destete como la primera separación importante en la vida del ser humano. La viñeta puede leerse además, como una crítica al destete temprano. Para pensar...
En Tonucci, Francesco: La soledad del niño, Losada, Buenos Aires, 2006.
Niños
09 agosto 2009
"Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón".
José Martí, en "La edad de oro"
Levantarse temprano para ver los regalos. La salida más especial de todo el año. Lasagna en el almuerzo. Y ese olor a chocolate caliente...
Esos son los recuerdos de mis días del niño. Personalmente, no recuerdo esta fecha como una carrera consumista y por eso se la ofrezco a mi hija. Como forma de celebrar su niñez, que festejo cada día cuando abre sus ojos.
¡¡Feliz Día entonces para mi Guille y para los niños que me rodean!!
Para Pedro, mi sobrino
Para Agustina y Guadalupe, mis ahijaditas
Para Donato, mi sobrino "elegido"
José Martí, en "La edad de oro"
Levantarse temprano para ver los regalos. La salida más especial de todo el año. Lasagna en el almuerzo. Y ese olor a chocolate caliente...
Esos son los recuerdos de mis días del niño. Personalmente, no recuerdo esta fecha como una carrera consumista y por eso se la ofrezco a mi hija. Como forma de celebrar su niñez, que festejo cada día cuando abre sus ojos.
¡¡Feliz Día entonces para mi Guille y para los niños que me rodean!!
Para Pedro, mi sobrino
Para Agustina y Guadalupe, mis ahijaditas
Para Donato, mi sobrino "elegido"
Para los hijos de toda mi tribu
Ojalá entre todos podamos darles infancias llenas de recuerdos valiosos.
Y mi deseo para este año: que podamos, como sociedad, pocurar que nuestros hijos lleguen al mundo de manera menos violenta, en nacimientos cada día más respetados.
Plan B
05 agosto 2009
¿Qué consejos me hubieran servido a mi para que mi lactancia fuera como yo la deseaba? Esta pregunta me la he hecho muchas veces y las conclusiones fueron varias, pero creo que hay algo que hubiera sido parte de la solución que necesitaba en ese momento: tener un Plan B. Es que en mi caso llegué a la lactancia muy segura con la frase "alcanza con que confíes en tu capacidad de amamantar, con que confíes en vos misma". Claro, es que yo en el momento en que tuve a Guillermina en brazos, no sabía ni quién era "yo misma" y ahí empezaron las primeras dificultades. Para colmo siempre fui autosuficiente y me pareció que no iba a necesitar ayuda. Y cuando la necesité, demoré bastante en pedirla. Y cuando me la ofrecieron, dejé pasar la oportunidad, pensando que iba a poder solucionarlo sola.
Claro que la brevedad de mi lactancia tuvo otros factores: no vi a mi hija por dos horas, en neonatología le dieron una mamadera, estuve desconectada de mi hija por varios días, el pediatra no colaboró en nada, etc. Pero estoy segura de que si hubiese sabido que iba a necesitar ayuda y que por mucho instinto que uno tenga suele haber dificultades en el inicio de la lactancia, las cosas hubiesen sido mejores.
Por eso, esta es mi experiencia y mi consejo para todas las chicas embarazadas y las que tienen a sus bebitos recién nacidos: confíen en su instinto, sepan que todas tenemos leche y que es el mejor alimento para nuestros hijos, pero tengan un Plan B preparado. Construyan redes desde el embarazo, concurran a grupos de apoyo a la lactancia, consigan el teléfono de alguna asesora - de alguien que pueda ir a su casa a ver si el bebé está bien prendido- y asegúrense de que el pediatra elegido sea pro teta.
Por eso, esta es mi experiencia y mi consejo para todas las chicas embarazadas y las que tienen a sus bebitos recién nacidos: confíen en su instinto, sepan que todas tenemos leche y que es el mejor alimento para nuestros hijos, pero tengan un Plan B preparado. Construyan redes desde el embarazo, concurran a grupos de apoyo a la lactancia, consigan el teléfono de alguna asesora - de alguien que pueda ir a su casa a ver si el bebé está bien prendido- y asegúrense de que el pediatra elegido sea pro teta.
¡Y feliz lactancia!
Si tenés dificultades con la lactancia materna, no dudes en buscar información y apoyo en los siguientes sitios:
"Amamantar salva vidas": iniciativa de UNICEF por la Lactancia Materna
03 agosto 2009
La primera semana de agosto es la Semana Mundial de la Lactancia Materna cuyo propósito es generar conciencia sobre la importancia de que las mamás amamanten a sus hijos. La leche materna es el alimento ideal para la nutrición de los bebés y además previene enfermedades, contribuye a un mejor desarrollo cognitivo y estimula el vínculo de la madre y el niño.
Queremos invitar a todas las mamás y a sus bebés a sumarse a un desafío muy sencillo, pero muy importante: que el próximo 9 de agosto, día del niño, se comprometan al igual que otras miles de mamás a dar el pecho a sus bebés.Además invitamos a todas las mamás y a los papás, aunque no tengan hijos en edad de lactancia, a compartir sus testimonios relacionados al amamantamiento. Y convocamos a los miembros de los equipos de salud a subir sus testimonios e historias relacionadas con lactancia en el sitio.
Ingresá en www.amamantarsalvavidas.org.ar para ser parte de esta campaña.
Los niños según Tonucci
Alejandra Mercado, uno de mis contactos de Facebook, publicó este video en su muro.El mismo fue realizado en homenaje al pedagogo y humorista gráfico Francesco Tonucci (Frato), en ocasión de su visita a la Argentina. Animado por Alfredo Piermattei, sobre dibujos de Frato, y editado por Pablo R. Jáuregui. Como saben, soy fanática de Francesco Tonucci y no resistí compartirlo con ustedes. ¡Que lo disfruten!
Semana Internacional de la Lactancia Materna 2009
01 agosto 2009
Hoy empieza la Semana Internacional de la Lactancia Materna y quiero contarles una historia de amor y solidaridad y teta. Es, probablemente, la historia de solidaridad más hermosa que escuché en mucho tiempo. Hace un tiempo, una mamá de la Red Social Familia Natural, llegó al foro comentando una noticia triste. Un bebito había perdido a su mamá y estaban intentando conseguir donaciones de leche materna para ese bebé. Con mucho esfuerzo y difusión lograron conseguir varias mamás que donaran su leche para el bebé e incluso algunas se ofrecieron a ir personalmente a amamantarlo. Para todas ellas, para Laura N., y para todas las que día a día optan por otorgar el mejor alimento que un bebé puede tener: leche materna; va dedicada esta canción que habla justamente de la lactancia materna en situaciones de emergencia. Ése es el lema de este año.
Si alguna lectora se quiere sumar a las donaciones de leche materna, puede contactarse con Laura al mail lauranafissi@gmail.com
Si alguna lectora se quiere sumar a las donaciones de leche materna, puede contactarse con Laura al mail lauranafissi@gmail.com
"Llora niño en la doble
luna del pecho
él triste de cebolla
tú satisfecho
no te derrumbes
no sepas lo que pasa
ni lo que ocurre"
Miguel Hernández , en "Nanas de la cebolla"
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Luisina Serenelli
Docente // Fotógrafa // Blogger //Feminista // Doula// Escritora // Lectora incansable // Mamá de Guille y Emi // Enamorada de David // En permanente deconstrucción y construcción