Me debato entre pensar en que el año pasado fue maravilloso que en realidad fue la tierra de abono de mi conflicto actual (por llamarlo de una manera políticamente correcta, ja!). En realidad hubo un episodio que desató todas las tormantes y fue la mudanza. En 2013 habíamos puesto en alquiler nuestro departamento reciclado y a su vez alquilamos una casa en un barrio cercano. Tenía un patio enorme, pero la casa en sí era muy pequeña por dentro. Después de 4 años viviendo allí decidimos que no íbamos a renovar el contrato ya que nuestro departamento nos ofrecía ventajas en relación a la etapa que empezaban nuestros niñes: ambos en la primaria, con más actividades fuera de casa, con amigos variados y siendo socios de un club con muchísimas sedes y espacios verdes. Pero la decisión no fue gratuita: dejábamos una casa pintada y ordenada a nuevo y recibíamos un departamento propio hecho pelota (resultado de la diferencia entre nosotros como inquilinos y nuestros propios inquilinos). Hicimos algunas reformas básicas y nos mudamos en pleno fin de año: noviembre. Sin embargo, la mudanza real había empezado tres meses antes, por lo que el proceso completo fue agobiante, desgastante y lógicamente agotador. 
El comienzo de este 2018 me encontró intentanto no pensar en los sucesos relacionados a la mudanza y por ende sin poder cerrar emocionalmente esos cuatro años en la casa de Lavalle que fueron una experiencia hermosa y enriquecedora. Había quedado resentida en el proceso y evité pensar en lo bueno tanto como había procurado olvidar lo malo. Revisando el agujero negro en el cual se había convertido el final de 2017, encontré una gran cantidad de fotos relacionadas con la casa. Una serie me llamó la atención. A principios de ese año habíamos encarado el proceso de realizarnos un autorretrato familiar por mes, fue un proyecto entrecortado que jamás vio la luz -ya voy a mostrar algunas de las tomas conseguidas- más allá de enero. En esta entrada pueden leer acerca de ese primer autorretrato familiar. Sin embargo, en febrero de 2017 logramos continuar el proyecto, como cada mes tenía una "impronta" o "tema" que lo definía me pareció acertado, ya que febrero es el mes en el que realizo mi proyecto de 28 momentos, usar como eje el tema de la cotidianidad. Así, hicimos la cobertura de un día en nuestra vida de la casa de Lavalle. Las fotos fueron tomadas sucesivamente por mí, por David y algunas también por Guillermina. Hace unos días encontré esas fotos, que sinceramente ni recordaba haber hecho, y me maravillé ante la fuerza de los cambios y de cómo la vida con su ruido cotidiano y sus rutinas se impone siempre. Son muchísimas fotos y ni siquiera es la cobertura total de ese día, solo hasta las 14/15hs aproximadamente. Después de verlas estuve segura de que tengo que repetirlas este año (aunque ya febrero esté muy lejos!) en esta casa y con nuestras nuevas rutinas. 
Hay muchos fotógrafos que hacen este tipo de cobertura documental para familias, me parece un trabajo revelador y creo que podría perfectamente dedicarme a esto.
Acá, resolviendo los agujeros negros del 2017, casi 100 fotos de un día cualquiera en nuestra vida en la casa de Lavalle, como manera de honrar lo vivido. El orden de nuestras cosas, las plantas que teníamos, las zapatillas que usábamos ese año, nuestros vasos-frascos o el verdulero del barrio que pasaba con su camión. Y hasta el registro de nuestras humedades y nuestras mugres. La banda de sonido de estas fotos debe ser, por supuesto, la canción de Silvio

Acaso, se van
y ¿a dónde van?