Conocí Bolivia casi por casualidad. Después de la muerte de mi mamá, allá por agosto de 2000, con mi hermana mayor decidimos que ese enero era nuestro momento. Momento de viajar, de ver caras nuevas, de recuperar algo de felicidad. Nos decidimos por Machu Pichu pero como no teníamos mucha plata era bastante obvio que el avión no podíamos permitírnoslo. Y decidimos ir en colectivo. Pero para eso había que entrar a Perú o por Chile (demasiado caro, recuerden que no teníamos un mango...y esto es literal!), o por Brasil (demasiado largo), o por Bolivia. Y allá fuimos rumbo a La Quiaca en un coche La veloz del Norte. Cruzamos a Villazón y tomamos -junto a un millón de argentinos mochileros- el primer bus que salía para Potosí. No puedo explicarles la emoción. Tenía 21 años y nunca había salido del país, era un shock. Me acuerdo como una sensación tan real subir esa calle plagada de puestos, las cholas sentadas en las veredas al lado de enoooormes bolsas con hojas de coca, los colores que te marean, el aire frío de los andes, la altura que hace cosas locas con tu cuerpo.
Y cruzamos Bolivia nomás, y la descubrimos tal vez demasiado "rápido" porque nuestro destino era otro. La ruta fue Villazón-Potosí. Potosí-La Paz. La Paz-Copacabana y desde allí por Puno hasta Cuzco, en Perú.
Potosí es una de las ciudades más importantes históricamente hablando de América Latina. Ansiaba conocerla desde que había leído Las venas abiertas de A.L. de E. Galeano. Fue impactante el recorrido por una ciudad que supo de esplendor y pobreza, de saqueo y abuso y muerte. De dolor y de plata. El recorrido a La casa de la Moneda es una de las cosas que más recuerdo, allí se acuñaban las monedas del Virreynato y la colección que tienen es grandísima. También es muy interesante la historia que tiene el Mascarón que adorna el patio. Y el Cerro. El Cerro Rico: Sumaj Orcko . Y su triste historia detrás.



Casa de la Moneda



Cerro Rico

Después me fascinó la exuberancia de La Paz, el contraste de culturas. La llegada en bus es una de las experiencias que me quedarán guardadas para siempre, la ciudad que aparece allá en lo bajo, en un pozo. Miles de lucecitas encendidas, el volcán de fondo. Una imagen increíble, difícil de describir. Y el color! Que lo inunda todo. Y el barullo impresionante. La típica capital latina. Los gritos, las bocinas, todo es extenuante de tan barroco.



La Paz

Y llegamos a Copacabana, un pueblito a las orillas del magnífico Titicaca (ooohhhh....había leído una leyenda siendo chica y también fue un shock saberme en sus orillas). Allí está el santuario de la Virgen de la Candelaria. Como habrán notado no soy muy practicante, de hecho diría que no soy católica. Pero en ese momento veníamos de un período muy oscuro en nuestras vidas. Y yo estaba muy triste. Y entré a una sala pintada de negro en donde brillaban miles de velitas encendidas. Y decidí prender la mía. Y fui más lejos: prometí (ay! no debería haberlo hecho nunca! jaja). Prometí que si alguna vez volvía a ser feliz iba a ir hasta Copacabana a agradecerle a la Virgen de la Candelaria. Pero no lo prometía pensando en cumplir...lo prometía estando segura de que nunca iba a volver a ser feliz. Ese era el grado de desesperanza que tenía adentro.
Pero el destino es jodido. Como dice la cita de Borges que mencioné acá. Suele ser despiadado con las mínimas distracciones... Y me tocó volver a cruzar Bolivia (Copacabana queda sobre la frontera con Perú).
Convencí a David de: 1) casarnos (sí, soy así de yegua), 2) reservar sus vacaciones para juntarlas con la licencia matrimonial y tener más días, 3) elegir Bolivia como destino de la Luna de Miel...cuando se sabe que los mieleros se van a descansar a Cancún, no a morirse de frío y cansancio a Bolivia! Antes solía ser muy persistente con mis propósitos, como verán. O la felicidad que sentía merecía el cumplimiento de la promesa.
Y partimos, pero el recorrido sería otro. Porque había una parte de Bolivia que yo no había conocido la vez anterior. Básicamente, recorrimos un poco del norte argentino, cruzamos a Villazón y tomamos el tren hasta la ciudad de Uyuni. Una vez allí contratamos un tour en 4x4 de cuatro días, para visitar casi toda la región del salar de Uyuni y de las lagunas de colores. Yo no les puedo explicar con palabras lo que es ese lugar. Uno de los más lindos del mundo, seguro. Pero no solo "lindo" sino más bien "conmovedor", de esos paisajes que te hacen doler la panza de tan increíbles. Inconmensurables distancias recorridas en camioneta, escuchando a León Gieco, a Manu Chao, a U2. Los cuatro tripulantes enchufábamos nuestros ipods por turno (sí, yo era la de León, adivinaron! los gringos se volvieron locos!!!). Conocimos el salar -el más grande del mundo- inundado porque marzo es época de lluvias. El horizonte se borraba y costaba distinguir el suelo del cielo. Y desde allí seguimos hacia los desiertos de roca, los trenes abandonados, los volcanes en actividad, géiseres, lagunas de colores. Las tropillas de llamas salvajes corrían cuando aparecía la camioneta que intentaba seguir un camino que no existía. Un viaje a la nada, pero en donde la nada misma te atrae.



Cruce de frontera, La Quiaca/Villazón











Salar de Uyuni, Bolivia



Reserva Eduardo Avaroa, Flamencos en Laguna Hedionda

Dormimos en lugares precarios a -10º (para mi es mucho porque nunca estoy a menos de -1º), comimos en la camioneta y hasta nos contamos nuestras historias de vida con los otros dos pasajeros.
Cuatro días sin ninguna comodidad "occidental", con otras dos personas que no conocíamos, en el medio de un desierto, sin señal de celular y con una cubierta que se pinchó 3 veces!!!! Fue el mejor comienzo para nuestro matrimonio, porque nos mostramos como éramos (como somos) y así y todo nos seguimos eligiendo.



Cementerio de trenes



Laguna Colorada, Reserva Eduardo Avaroa



Árbol de Piedra en el Desierto de rocas





Laguna Verde y Volcán Licancabur en el Desierto de Atacama



Volviendo hacia la ciudad de Uyuni

Volver al viaje después de esa experiencia "fuera del mundo" fue difícil. Porque el resto de las ciudades que visitamos ardían de vida y de gente. Pasamos por Potosí. ¡Qué ciudad hermosa! Los caminos mejoraron muchísimo en 5 años y transitarlos en colectivo ya no era tan dramático. Aunque los precipicios siguen ahí :P



Cerro Rico, ciudad de Potosí

De allí fuimos a La Paz. Y esta vez sí que la recorrí como nunca. Todas sus iglesias barrocas, sus procesiones constantes, el Paseo Del Prado, la calle Sagárnaga y mucho más. Me pareció aún más impactante que la primera vez que fui. Incluso, y esta es una percepción absolutamente mía, vi muchos más aymaráes viviendo en la ciudad que la vez anterior. Como que se produjo un éxodo importante a la ciudad. Eso, claro, le da más identidad a la región de las sierras.



Catedral de La Paz



Mercado en La Paz



Bus en La Paz



Voceador (va gritando los destinos del minibus, a veces este trabajo lo hacen los chicos cuando salen de la escuela y así viajan sin pagar)



Calle Sagárnaga, La Paz. También llamada Calle de Las brujas, lugar donde se consiguen cosas para hacer hechizos, amuletos, etc. También es el centro de los locales artesanales para turistas.



Gente en la plaza

Bolivia también tiene sus ruinas y centros arqueológicos, el más importante es Tiawanako, centro de la cultura tiwanakota. Está a unos 60km de La Paz y se puede ir en minibuses (los comunes, los que usa el resto de la gente, no son exclusivos para turistas...no averiguamos si había). En el camino hacia Tiawanaco se pueden ver los campos trabajados por familias aymaráes, los animales que tienen y cómo generan su propia producción agrícola. La zona andina (en donde está ubicada La Paz) no tiene cultivo de coca (o al menos no es el predominante). Cosechan quinoa y otros cereales.
El centro arqueológico de Tiawanako es muy interesante. Recuerdo que la primera vez que fui lo disfruté más que a Machu Pichu, porque estaba menos cansada. No son comparables, son cosas diferentes. Pero es muy interesante para conocerlo y ver cómo se relacionaban las diferentes culturas indígenas de la época. Claro, eso si a uno le interesan estas cuestiones ;-)



Templo Kalasasaya, Tiawanaco



Estela Ponce (estelas se denominan los diferentes tótems que se han ido encontrando)



Puerta del Sol, Tiawanaco

De La Paz partimos hacia Copacabana a ver si, por fin, le encendía la famosa velita a la Virgen de La Candelaria. Incluso David se enteró de todo el trasfondo recién en Copacabana (ah, sí...soy la peor!). Pero los disfrutó, eh? A orillas del Lago Titicaca comimos trucha todo el día! Es más, tuve que frenarlo porque quería comerse una pizza de trucha a las 5 de la tarde :D



Cruce de buses en el Estrecho de Tiquina, la única forma de llegar a Copacabana sin pasar por Perú es cruzando este estrecho. Los buses cruzan en el lanchón y la gente en pequeñas lanchas.



Muerta de frío en el cruce del estrecho

Cumplida la promesa, tocaba recorrer el camino en sentido inverso. Pero aún nos faltaba Coroico, un pueblito hundido en el medio de las yungas. Para llegar hay que cruzar los Andes, otra vez en minibus y por un camino de cornisa realmente aterrador (si, realmente aterrador). En ese momento se iba a Corioco por el camino viejo (el aterrador! que en un momento fue el único camino que había) y se volvía por el camino nuevo, una obra arquitectónica imponente y muy segura. Supongo que hoy se va y se vuelve por el camino nuevo y el viejo habrá quedado para el turimo de aventura y las mountain bikes.



Hacia Coroico por el camino viejo





Cordillera de los Andes, zona de yungas

Cruzando la cordillera el mundo es otro, a los tonos marrones de las ciudades andinas se contraponen los verdes furiosos de las ciudades tropicales. Yo ya había cruzado los Andes en Argentina, por Mendoza. pero esto fue diferente, por los caminos, por la vegetación, por la altura. Llegamos casi a los 6500 metros de altura (vivimos a 200 m. sobre el nivel del mar...así que fue un cambio) y lo superamos! Coroico es húmeda y verde, y tiene un mirador increíble desde el cual se ve la cordillera ahí, ahí encima. Fabuloso.
Ahí terminaba nuestro viaje y empezaba el retorno. Cuerpos cansados y espíritus llenos. Siempre pienso en todo lo que te enseña viajar de esta forma. Y por esta forma me refiero a ir a recorrer pero al lado de la gente que vive en ese lugar.
Y ojo, a mi también me gusta de tanto en tanto meterme en un hotel y no salir de la pileta. Pero si me dan a elegir prefiero subirme a un colectivo en donde se lleven cabras o cultivos. Aunque me quede molida la espalda. Porque así conozco la esencia de ese lugar. Su gente, sus olores y sabores. Eso lo aprendí hace diez años, cuando armamos la mochila con mi hermana mayor para ir a restaurar nuestros corazones. Y sigo viajando así porque es un vicio. Un vicio cansador. Muy cansador. Estar dos días en una ciudad, volver a armar la mochila y salir (ahora con una nena de 2) a buscar qué colectivo te tenés que tomar...es cansador. Pero es lo que a nosotros nos llena :)
Y bueno, hace ya tres años, y después de 72 horas de viaje en colectivo (volvimos directo La Paz-Rosario, porque un corte de ruta en las afueras de la ciudad nos retrasó el viaje y David tenía que volver al trabajo),  llegábamos a nuestra ciudad. Podríamos habernos tomado un avión. Pero somos así de loquitos, vió? Lamento no haber podido conocer las Misiones Jesuíticas y Santa Cruz de la Sierra. Lo lamento porque ya no creo volver a Bolivia: cada vez que tiro la propuesta David me mira como que estoy loca :( Tal vez en algún momento lo convenza de entrar por Tarija, recorrer esa zona y cruzar hacia Brasil (si alguien lo hizo me avisa!).
Hacía mucho que quería escribir sobre Bolivia y el profundo impacto que causó en mí. Ni todo el norte de Chile (que es precioso!), ni Cuzco, ni Machu Pichu, impactaron tan profundo en mí como Bolivia. No sé exactamente por qué. Pero sentí de inmediato la conexión con el lugar y con su gente, con esa cultura aguerrida de los Andes.
Podría contar mil cosas más, pero lo dejo aquí...si alguien quiere seguir la historia contando su viaje preferido, está invitado!