diciembre 341

Papá Noel. Niñito Jesús. Reyes Magos.
Y un interminable debate acerca de si es lícito "mentirle" a nuestros niños. Primero, les cuento mi propia vivencia con esto y después mi opinión al respecto.
De las fiestas de mi infancia guardo recuerdos mezcados, no podría precisar a qué año pertenece cada uno: mis primos gritando que corriéramos a la esquina poque habían visto al Niñito Dios repartiendo regalos (a Papá Noel yo lo conocí de grande, de grande en serio: como a los 14 años escuché hablar de él, vivíamos en una ciudad chica y fui a un colegio religioso, tal vez eso lo explique; o lisa y llanamente: yo vivía en mi mundo...jaja), entrar al living y en la penunmbra apenas iluminada por las luces del arbolito encontrar el bebote yolibell, comida a mares, mi hermana mayor emborrachándose por primera vez con una copita mínima de sidra, la "mesa para los chicos" armada a un costadito, la mesa en la vereda, el calor, el pastito y el agua dejada para los reyes magos la noche del 5 de enero, constatar que los caballos se la habían comido, ver -escondida y en bombacha- cómo mi vieja tiraba el agua y el pasto, mi cara de "por fin te descubrí!". No puedo detectar un solo momento de tristeza o desilusión: ni mientras creí en que existían los reyes y el niñito, ni cuando me di cuenta de que eran mis viejos. Tal vez sea porque siempre adoré la ficción y la entendí como tal y me prendí en el juego.
Porque -y aclaro que esto es sólo mi opinión al respecto- de eso se trata: de jugar. Y eso es una de las cosas que más nos gustan en casa. Básicamente, creo en el poder de la ficción y en el arte de narrar -como buena profe en letras- ¿cómo no me va a gustar la historia de Papá Noel? La ficción es plantear un mundo diferente al real, con reglas propias y eso no es de ninguna manera mentir. Me da mucha lástima cuando mis alumnos leen un cuento y me dicen "Pero eso es mentira": "No, es ficción!", es el poder de la imaginación humana y a mí me conmueve. Es un juego para almas aventureras. El universo de la ficción nos pide que nos arriesguemos a que, en algún momento, el juego se acabe: el temible final del juego. Somos libres de arriesgarnos o de no hacerlo.
Si el juego está hecho con honestidad, respetando la lógica del arte de la narración, sin intenciones de manipular a los niños (el horroroso "si te portás mal no viene papá noel"...ay!), con ganas de jugar y arriesgándonos a que es posible que exista una cierta dosis de desilusión al cerrar el libro: ¿qué mal puede hacer?
Y los cuentos no siempre terminan, o al menos no siempre lo hacen mal.
Recuerdo con fuerza una navidad de hace 6 o 7 años: mi tío se disfrazó de Papá Noel para sus nietos. Cuando lo vi bajar la escalera, vestido así, flaco y con un almohadón en la panza, en ojotas (¡!) y con la bolsa de regalos: casi me hago pipí de la emoción. Me corrió un escalofrío en todo el cuerpo porque era cierto: Papá Noel estaba ahí y me daba un pequeño presente con una sonrisa de oreja a oreja y un guiño que aún hoy me llena el corazón.
Siempre vale la pena dejarse llevar por el poder de una buena historia. Y jugar...y hacerlo con ganas, no "porque todos lo hacen", o "porque siempre se hizo".
Así jugaremos en casa, ¿y a ustedes?¿les gusta la ficción o creen que es mentir?