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Encontrando las palabras

En todas las historias de la mitología grecorromana, el héroe tiene que descender al Hades. El Hades es el reino de lo oscuro, de los muertos. El viaje tiene como objetivo enfrentar al protagonista con su verdad y a la vez, con su destino y devolverlo al mundo de los vivos más sabio, más fuerte y entrenado para llevar a cabo su misión. En ese viaje suele encontrarse con pérdidas que le han dolido mucho, hablar con muertos que le dan consejos y exorcizar su dolor para seguir adelante.
No, no soy Ulises, pero tuve mi descenso, mi viaje personal para conocerme. En ése lugar me ví cara a cara con lo que fui, con lo que soy y con lo que quiero ser.
Como conté en la entrada anterior, algunos hechos aislados y la certeza de que me había "escapado" del puerperio, me llevaron a transitarlo nuevamente, en calma y sosegadamente.
En septiembre de 2008 le detectaron a Guille una displasia de caderas y le colocamos un arnés de pavlik. Como ya conté muchas veces, el arnés deja al bebé con movimientos reducidos: sólo puede mover los brazos. Yo necesitaba vivir nuevamente el lugar del que había huido, y por cosas del azar -o no tanto- me encontraba nuevamente con un bebé que tenía condiciones similares a las de un recién nacido.
Llegó el tiempo de satisfacer todas las demandas, pero también fue el momento de ponerle palabras a eso que me pasaba. Y le conté a esa beba de 6 meses qué dolores tenía guardados en el alma, le conté que los relatos de mi nacimiento eran confusos y que lo único que sé con certeza es que mi papá quería un varón al que iba a llamar Pablo. No sé cómo llegué a este mundo, ni si fui amamantada o no. Pero sí sé que llegué de "sorpresa". No sé si fue deseada, sí sé que fui amada. El resto cayó en el olvido y esos relatos simplemente no están. Le conté a mi hija que sufría porque fui criada entre gritos y golpes, y que era muy difícil separar ese desamparo del amor: había llegado a la maternidad sin saber "dar" porque nadie me lo había enseñado nunca. Le conté que era perfeccionista y detallista y que siempre había alcanzado mis metas con éxito y reconocimiento, y que nuestra lactancia fue la primera derrota de mi vida. Le conté cómo me dolía la distancia con mis hermanas y los duelos que seguían fresquitos, dispuestos a ser revisados y dolidos y llorados como corresponde. Y le conté mil cosas más. No sé si liberé a mi hija de mi angustia, pero sé que me sirvió para mirar hacia adelante y decidir qué quería hacer de ahí en más con mi maternidad y con mi vida.
A Guille le quitaron el arnés y volvimos lentamente al reino de los vivos. Con muchas preguntas que fui resolviendo poco a poco a lo largo de este año. Lo más difícil había pasado y no habíamos enloquecido. ¿Quién me cuidó las espaldas para el viaje? David, que supo escuchar -tal vez de manera inconsciente- mis reclamos. Mis amigas, las virtuales y las reales, cuando pude empezar a poner en palabras todo lo que me pasaba. Las palabras, porque como leí alguna vez en las paredes de un aula "cada palabra escrita es una victoria contra la muerte".