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¿Les cuento algo? Detesto a Mickey Mouse con todo mi corazón. No me gustan los dibujitos, ni sus colores, ni sus películas y mucho menos me banco la musiquita del show de Mickey. Idependientemente de lo que representa en sí, me molesta su estética. Ese mundo prefabricado y plástico.

Mi amiga Marcia podría contarles la de veces que arremetí contra Mickey, Disney y todos sus productos (también detesto a las disney princesas, pobres hermanos Grimm, en lo que ha tranformado disney a sus heroínas de cuentos populares!!). Y mi amiga me ha escuchado muchas veces porque fue a Disneyworld  y trajo varios productos, contra los que me quejé tooooda la universidad (por suerte tiraste esas remeras, amiga! ;-))

Bueno, la cosa es que como odio a Mickey, nunca lo miro. Pero el año pasado, mi suegra cuidaba a Guille 3 tardes a la semana. Guille tenía colocado el arnés y la verdad entretenerla para que no llore era demasiado difícil (lloraba todo el tiempo). Y a mi suegra le pareció que Mickey le gustaba, la entretenía y la calmaba. Así que cuando yo llegaba estaba esa insufrible musiquita. Pero me la bancaba, porque entendía la situación.
Y resulta que era cierto, Guille literalmente se desesperaba cuando veía a Mickey.

Hace unos meses -y al ver cómo Guille mordisqueaba deseperadamente el mini Mickey de Donato, el hijo de Marcia- cedí a mis principios y le compramos el muñeco de felpa de Mickey. No les puedo explicar la cara de emoción que puso mi hija al ver ese muñeco -por cierto, fue muy diferente a la cara que puso cuando le regalé la muñeca artesanal que a mí me parecía hermosa e ideal para ella-, fue un momento hermoso.

Claro que Guille se emociona por muchas otras cosas que no son materiales. Pero la felicidad que le da Mickey es llamativa. Y estoy convencida de que hay algo atrás de ese muñeco (mensajes subliminales, jajaja).

Hace unos días fui al centro y en una librería/juguetería grande vi nada más y nada menos que la famosa Casa de Mickey Mouse. Ésa misma por la que muchos españoles corrían de tienda en tienda el año pasado porque estaba agotada. Y tengo que decir que me encantó, que yo misma hubiera jugado a morir con esa casita durante semanas. Tal vez sea porque una vez quise con deseperación la casita de Mi Pequeño Ponny y mis viejos no pudieron comprarla, no por malos sino porque era extremadamente cara y éramos 3 hijas. Y le conté a David y le brillaron los ojos.

Así que señores/señoras tengo que confesar que voy a pisotear todos mis principios y le vamos a regalar para Navidad a Guille el juguete más anti-Warldorf que existe. Si hace unos meses compraba bloques de madera en Ludoteca, ahora le toca el turno a un masacote de plástico que explota de colores rabiosos.

Y con David no hacemos más que imaginar la cara de Guille cuando vea la casa y ¡la figura de Mickey que viene incorporada! (qué consumista me siento en éste preciso instante)

Un hijo, te cambia la vida :) Y si hay algo que nunca me imaginé que iba a hacer era darle plata a disney (así, con minúscula)

Amiga, es tu venganza personal por tantos años en los que ataqué remeras, lápices y cualquier dibujo que remitiera a Disney (¿te acordás del lápiz de mina? jajaja)