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De a poco estoy empezando a poder escribir sobre mi puerperio. Hace rato que tengo ganas de compartir algunas cosas, sobre todo porque quizá a alguna le sirva -no porque lo vaya a vivir igual ya que cada puerperio, como cada maternidad, es único- y se sienta acompañada. También quiero dejar registro de esto ahora, que estoy encontrando las palabras para escribirlo. Ayer vimos Vals con Bashir, el analista le dice al protagonista en un momento: "La memoria nos lleva adonde queremos ir". Aquí estoy yo, acordándome de todo esto, por algo será que quiero ir hasta ahí. Imposible contar todo lo sucedido en estos 20 meses en una sola entrada, lo dividí en crónicas, partes, pedazos, retazos: como quieran llamarlos. La primera, la más dolorosa.

El camino de poner a la luz mi sombra (marzo/septiembre de 2008)

Intento retrotraerme a los primeros tres meses. Me cuesta, hay algo en mí que me produce un profundo malestar. No digo tristeza, porque realmente ese sentimiento se ha ido diluyendo con el tiempo. Básicamente, los primeros tiempos deben parecerse mucho a los de todas: te ponen un bebé en brazos y no tenés mucha idea de la dimensión de lo que te espera.
Para mí fue el derrumbe emocional. Quedé completamente desprotegida y expuesta. Me aterraba la posibilidad de la muerte. Tanto que estaba prohibido mencionar cualquier término relacionado con ella. Por ejemplo, si David decía: "Esta nena está muerta de calor", yo armaba un escándalo. No quería que se mencionara la muerte en relación a  mi beba recién nacida. Era casi una fijación, tanto que le hice el análisis de bilirrubina 4 veces en tres días (qué bobo el médico que me lo permitió, no?)
De esos primeros días tengo imágenes borrosas, oscuras: me recuerdo mirando a Guille todo el tiempo, sin dormir, llorando por el dramón de la lactancia. Momentos duros que en vez de afrontar y bucear en ellos y en mis sentimientos, dejé pasar. Supongo que no estaba dispuesta a transitar el camino del puerperio y decidí obviarlo. Y  lo escondí debajo de la alfombra. Es muy difícil describir la angustia en medio de la felicidad, es una sensación que se vive con cada célula del cuerpo y no puede transcribirse en palabras.
Y a los tres meses volví al trabajo. Y me sentía triste, lloraba en el colectivo de ida y en el de vuelta.
Viví como una afrenta el hecho de que mi hija "se apropiara de mi vida", no pude entregarme a la fusión emocional que exige el puerperio hasta muchos meses después del nacimiento de Guille, y en ese no entregarme perdí muchísimas cosas.
Cuando llegaba del trabajo, me costaba volver a conectar con mi maternidad, me costaba mirar a mi hija porque sentía que yo le había provocado ese dolor de no estar, de no tenerme. Fue difícil, lo miro en retrospectiva y no sé cómo pude seguir adelante tan sola, sin un grupo de ayuda o alguien que me contuviera. Yo misma negaba cómo me sentía, me encerré en mi misma y en mi casa, buscaba justificarme: hace mucho frío, hay demasiado humo en el ambiente (por ese época quemaban pastizales en mi zona).
Los cólicos fueron el abismo: estábamos muchas horas solas, y Guille lloraba mucho. Algunas cosas las recuerdo fugazmmente: apenas se esbozan y mi alma las desvanece ¿será que aún no puedo soportarlo?
Convencida de que "me iba a hacer bien", tomé más horas como reemplazante en una escuela técnica cerquita de casa. Como era de esperar, jamás pude conectar con esos chicos: nos hicimos la vida imposible mutuamente. Los chicos se portaban increíblemente mal, peo yo estaba tan metida para adentro que no me sentía capacitada para controlar la situación, los dejaba hacer. Me sentía agotada emocionalmente, volvía todos los días llorando a casa, haciendo responsables de esa tristeza a mis alumnos, que seguramente eran insoportables (arrancaban partecitas de baldosas sueltas y se las tiraban entre ellos, ¡ay!), pero tampoco eran los culpables de mis males de ese momento. Cuando Guille dormía, pasaba las tardes anestesiada mirando Dr. House y lloraba en todos los episodios, incluso me quedó una especie de rechazo y ya no miro las nuevas temporadas. Tuve una sensación profunda de soledad y muerte.
Y por otro lado, el terrible contraste de ser feliz: tener en brazos a Guille, escuchar sus risitas, ver sus sonrisas. Ese contraste me estaba volviendo loca y no entendía por qué me sentía así. Así empecé a entrar a los foros de maternidad y descubrí que no era la única que tenía esa sensación, aunque debo decir que algunas lo llevaban mejor que otras, supongo que porque estaban más acompañadas por sus familias o porque habían asumido que ese período era necesariamente así.
Escuché hablar por primera vez de Laura Gutman y de Carlos González, pero mucha bola no les di porque pensaba que eran libros de autoayuda (sí, soy muy prejuiciosa...no se ofendan pero no me gustan los libros de autoayuda). Un día de agosto de 2008, revisando libros en la librería Cúspide, encontré La maternidad y el encuentro con la propia sombra -el libro de Gutman- y lo compré. Y las cosas lentamente empezaron a suceder, los acontecimientos me iban llevando a ese tan temido puerperio, y esta vez decidí afrontarlo. Me enfermé: después de una sinutsitis muy fuerte, tuve una hemorragia en la boca que el odontólogo no sabía cómo frenar y que cedió solo después de dos horas y una dolorosísima cauterización. Guille se enfermó también, por primera vez. Creo que esa díada mamá/bebé volvían a reunirse por medio de la enfermedad, de la manifestación del síntoma. Todo el dolor guardado ahí en lo profundo, en la sombra, se escapó en sangre.
Lloré tanto después de leer el libro de Gutman que creo que me exorcisé de todos mis temores. Fue ahí en donde volví a buscar mi puerperio, a sacarlo del escondite en donde lo había guardado, a rescatarlo para transformarlo en algo más productivo y sanador. A poner a la luz todas mis sombras.