Se termina la Semana Internacional de la Crianza en Brazos y mi blog ha permanecido extrañamente mudo. Mi alma está enredada buscando un rumbo, han pasado cosas esta semana: algunas ayudan a crecer y otras tiran desde el pasado. Pero a pesar de estas aguas turbulentas desde las cuales empiezo a vivenciar el fin de mi puerperio (tirando puertas abajo en forma metafórica y también literal), no quiero dejar de dedicarle un último post a nuestro querido babywearing. Fundamentalmente porque devolvió a mi hija al lugar del cual nunca debió salir, pero también porque creo que es la forma más fácil de criar a nuestros hijos: respetar el continuum humano es responder a la necesidad de los bebés de estar en brazos hasta que por sí mismos decidan bajar. Y es también respetar -cómo no- cuando quieren bajar ;-)
Al llevar en brazos a mi bebé no sólo la llevé a ella, sino que también me llevé a mi misma. A la Luisina chiquitita que recuerdo llorando a gritos en plena Peatonal Córdoba porque no la querían hacer upa. A la que ahora mismo se tira al vacío y se queda sin red. Pero vamos sanando de a poco, porque nos tenemos incondicionalmente: yo te llevo a vos y vos me llevás a mí.
Y cuando no querés ir arriba, caminás contenta. Y cuando no te animás, te doy la mano. Porque de eso se trata: de acompañarnos y de estar juntas.

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