Junto con el fenómeno de fusión emocional, la aparición de la sombra y la locura necesaria para internarnos en una nueva esfera de conciencia, las mujeres nos encontramos fuera del mundo concreto pero en la obligación de seguir funcionando con sus reglas. Somos las primeras sorprendidas al reconocer que el lugar de trabajo, las amistades, los intereses personales que hasta hace poco consumían nuestra energía, se convierten en meros recuerdos ahogados por el llanto del bebé que nos reclama. esta realidad nos asusta y creemos que nunca más volveremos a ser la mujer maravilla, activa, encantadora, inteligente y elegante que hemos construido con tanta dedicación.

Con la aparición del primer bebé, además de la desestructuración física y emocional se hace evidente la pérdida de los lugares de identificación: nos ausentamos del estudio, del trabajo, dejamos de frecuentar los lugares de diversión, estamos sumergidas en una rutina agobiante, a disposición de las demandas del bebé; cada vez menos personas nos visitan y, sobre todo, tenemos la sensación de "perder el tren", de haber quedado fuera del mundo. La vida cotidiana acontece entre cuatro paredes, ya que salir con un bebé muy chiquito es a menudo desalentador.

Nos convertimos en "puérperas" durante un tiempo que se prolonga, según mi opinión, mucho más que los famosos 40 días. El puerperio no finaliza cuando el obstetra da "el alta" de la cicatrización de la cesárea o la episiotomía; no se trata de la recuperación definitiva del cuerpo físico después del embarazo y el parto, sino que tiene que ver con la emoción compartida y la percepción del mundo "con ojos de bebé". Doloridas, cortadas, humilladas en muchísimos casos por la situación del parto (aunque pocas mujeres tengamos conciencia de esto), chorreando por arriba y por abajo y con un bebé que llora sin poder calmarlo, nos encontramos con una angustia terrible que empeora después de las seis de la tarde, coincidiendo drásticamente con el horario más difícil para la criatura...A algunas mujeres se les suma la soledad, la falta de familiares o amigos que comprendan o la contengan, un marido que trabaja todo el día y el vacío que provoca este no reconocerse a sí misma.

Cuando proyectamos una mudanza a otro país, prevemos un período de adaptación, el aprendizaje de otro idioma, la aceptación de otros códigos de convivencia, la ausencia de amigos y un mundo nuevo para descubrir. La llegada del primer hijo produce en las mujeres una pérdida de identidad similar, aunque no sea exactamente como mudarse a otro país: ¡es mudarse a otro planeta!

Las mujeres puérperas tenemos la capacidad de estar "sintonizadas" en la misma "frecuencia" que el bebé, lo que nos facilita criarlos, interpretar las necesidades más sutiles y adaptarnos mutuamente a la nueva vida. Por eso es frecuente la sensación de estar flotando en otro mundo, sensible o emotivas, con las percepciones distorsionadas y los sentimientos confusos.

La situación es inversa pero no menos complicadas para las mamás que quieren o deben retomar el trabajo teniendo aún un bebé chiquito...Normalmente se exige a la mujer puérpera que "rinda" en el trabajo y que cumpla con la misma presencia prolongada que antes del nacimiento del bebé. Las mujeres "tienen que hacer de cuenta" que nada ha cambiado. Están obligadas a entrar de inmediato con el mundo exterior activo y poner la mente en funcionamiento.. Para lograrlo necesitan desconocer el estado de fusión emocional con el bebé que dejaron en casa, ya que el entorno laboral en general no avala ni facilita los estado regresivos. En estos casos, las madres no se permiten unir el mundo interno con el afuera.

Esta integración no está muy facilitada por nuestra sociedad, donde aparece una contrariedad: "Si trabajo tengo que dejar a mi bebé. Si estoy con mi bebé no pertenezco más al mundo". Hay muy pocos lugares públicos donde los bebés son tolerados, lo que acrecienta la separación de los ámbitos de la vida social de la mujer-sin-bebé del otro ámbito privadísimo de la mujer-con-bebé. Salir con el chiquito a cuestas requiere esfuerzo e imaginación, pero somos las mujeres las que debemos instalar nuestro ser madres-personas en los lugares de pertenencia prioritarios de cada una.

Tanto la situación de encierro como la situación de desconexión son estados no elegidos conscientemente por las madres, quienes en su mayoría viven la maternidad como sinónimo de soledad y ausencia de mundo externo, sin haber imaginado antes lo que significaba en realidad la presencia del bebé.

Tampoco contamos con gran ayuda externa, ya que nuestra sociedad desconoce profundamente la esencia del bebé humano. Lo observa con desconcierto, intentando comprenderlo desde el punto de vista del adulto y pretendiendo que se adapte al mundo funcional de los mayores. Esta gran distancia entre ambas frecuencias aumenta la sensación de soledad e incomprensión de las madres recientes.


En Laura Gutman: La maternidad y el encuentro con la propia sombra, Del Nuevo extremo, Buenos Aires, 2007.