Escribí mi post de la semana pasada quejándome de mis pequeñas miserias y, 24 hs después, voló por los aires un edificio completo. A 7 cuadras de casa. Soy bastante desprendida cuando se trata de desgracias. No soy de consumir medios ni de leer las historias de vida de los que mueren. Supongo que es porque prefiero ahorrarme esa cuota de dolor ajeno. Pero es obvio que lo que ocurrió en el barrio nos dejó a todos con la sensación de que podría habernos tocado a nosotros
Durante horas nos aturdieron las sirenas de ambulancias y bomberos, después vino un silencio espeso. La semana pasó volando y encontraron a todos los cuerpos de las víctimas. Y nos dejó medio sin ganas de nada. La vida siguió normal para los no afectados, pero la presencia de la muerte ahí tan cerca, tan palpable, nos dejó en shock. Los bares donde vamos siempre, destruidos. La calle por la que paso cada día con el colectivo, cerrada. Y así, una intensa tristeza. No por el bar o la calle en sí, obvio, sino por lo que representan. Todo el tiempo, podríamos haber sido nosotros.
¿La verdad? Me hizo mierda. Supongo que la muerte me afecta más mientras más vieja me pongo.