Hace mucho que tengo pendiente escribir una entrada sobre el juego y los juguetes. Pero la idea es algo "difusa" y nunca sé por dónde empezar. Es que Guille tiene juguetes diversos: muchos de madera, otros de plástico, varios de tela y otros de esos que cuestan $1 en cualquier quiosquito (estos le tengo prohibido llevárselos a la boca!). Lógicamente, también juega con los tupper de la cocina o cualquier cosa que encuentre: palitos de la ropa, botellas de plástico, tapitas.

Tenemos algunos de esos juguetes "ruidosos": piano, tambor y algunos instrumentos artesanales que compramos en los viajes. Ahora paramos un poco de comprar juguetes, yo me inclino más por los libros: ya hablaré de la sorpresa que me dio Guille al elegirlos casi constantemente!

Pero, más allá de esto, siempre estoy pensando acerca de qué es lo que debe ofrecer un juguete. Para mí, lo primero, es que ese objeto "no juegue solo", es decir, que no sea algo para ver sino que ofrezca una intervención importante del niño. Personalmente detesto las cosas que simplemente se "accionan" con un botón y el niño sólo se limita a mirarlas (claro que tengo algunos, adquiridos en un arranque de consumismo...a los que Guille no les presta nada de atención, por cierto).

Hoy, mirando la página de Kireei, tuve una revelación. Y me dejó pensando que, en definitiva, no importa si el juguete es pedagógico, didáctico o que sé yo cuántas cosas más; que lo importante es que ese objeto abra las puertas de la imaginación.

Esta entrada, que en principio había planeado larguísima y que iba a incluir una recomendación con respecto a los juguetes Waldorf, se ha visto limitada a esto: que el juguete promueva la creatividad y estimule la imaginación. Y bueno, claro, que sea seguro y en lo posible dure para el próximo hij@.