Porque la cultura crea los géneros, los roles, los arquetipos de lo que se supone que es un hombre y de lo que es una mujer; los géneros echan raíces en el inconsciente y crecen modelando emociones, sentimientos, ideas, anhelos y proyectos... que dirigen toda la energía sexual reprimida hacia una patética e institucionalizada mentira, y ponen todas nuestras vidas al servicio de esa patética e institucionalizada mentira, detrás de la cual se esconde la realización del Poder.
Pero los cuerpos están ahí con su sabiduría filogenética, permanentemente tratando de escapar y de resistirse al orden simbólico establecido. Por eso, a pesar de la generalización de la robotización de la maternidad (a pesar del decúbito supino, del chupete de plástico, de la leche artificial y de la cuna), gracias a la maternidad, los cuerpos de las mujeres producen tormentas y maremotos que conmueven los cimientos de los géneros y de toda la cultura de la femeneidad patriarcal.
La maternidad en muchas o en algunas mujeres consigue romper las corazas psicosomáticas que impiden la expansión de todo un campo de erotización femenina; gracias a los partos, los úteros se distienden y salen de su estado letárgico, 'histérico' y rígido; gracias a la lactancia percibimos el temblor placentero de los pechos. Vemos algo de luz al final del tunel, en las sombras de la cultura, el vientre y los pechos todavía palpitan.
Casilda Rodrigáñez, fragmento de la conferencia "En la sombra de la cultura, el vientre todavía palpita" que impartió en el II Congreso Internacional de Parto y Nacimiento en Casa.
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