Muchas, muchas veces, en los años duros y en los felices, les canté a mis hijos el tema "El oso" de Moris. Les encanta y me lo piden frecuentemente. Durante muchos años también me emocioné, hasta no poder seguir cantando, en el final de la canción, cuando el "oso" -y todos los que nos sentíamos identificados con él- recuperaba su libertad, su ser.
Mis 37 se sintieron como el fin de un ciclo, ese largo proceso de transformación que yo necesité para dejar de hacer las piruetas del circo, para dejar de aferrarme a la seguridad de lo conocido. En ese proceso también transformé a mi pareja, que huyó asustadísimo en un momento y luego descubrió que, con un poco de dolor, también podía ser su propio camino. Porque, como dice Pinkola Estés, "si no sales al bosque nunca ocurrirá nada y tu vida jamás empezará" (click acá para leer el texto completo).
Vuelvo al bosque, con todo lo que eso me costó y con todo lo que implica. Vuelvo al bosque después de alejarme de aquello (y aquellos) que no quería en mi vida. Vuelvo al bosque después de asumir qué cosas me gustaba hacer. Vuelvo al bosque luego de hacerlas. Vuelvo al bosque extrañamente más sociable, sabiendo que puedo (aún!) construir nuevos y valiosos vínculos. Vuelvo al bosque emocionada, de la mano de mis hijos y mi marido.
Vuelvo al bosque, estoy contenta de verdad <3