Es como cuando una nube de tristeza se pone encima tuyo y se cierra, se cierra y quedás ahí apretadita con ella. Así estoy, con la nubecita encima. 
Ayer conversábamos con unas amigas y yo decía que era la crisis de los 30, estamos todos igual en mi círculo cercano. Bueno, excepto una que está recién enamorada, pero no cuenta porque tiene 28...
¿Marido? Crisis de los 30. ¿Maridos de amigas? Crisis de los 30. 
Yo estaba bien, hasta que las crisis de los otros me fueron comunicadas. Voy al curso de fotografía en donde hay gente que no tiene ni 20 años y otros que tienen más de 40. Es natural que ninguno tiene crisis de los 30. Resulta que la paso bárbaro, pero me siento super culpable por el que queda en casa que, aparte de cuidar a la nena, anda con su crisis. Entonces, me da pudor confesar que la paso bien y le digo que no, que es horrible y que son todos unos intelectuales arrogantes. Pero resulta que siempre me cayeron bien los intelectuales arrogantes y él lo sabe porque de hecho es lo que somos (intelectuales y arrogantes, digo)(si, es una defecto, ya sé), así que es indisimulable mi cara de felicidad cuando vuelvo. Y eso acrecienta poco a poco la insatisfacción ajena. Y esa insatisfacción se lleva toda mi energía y me trae la nubecita. ¡Bu!

Y ahí me acuerdo de mi frase de cabecera: todo pasa.

¿Qué hacés cuando el mundo de los que te rodean es más chiquitito que el tuyo?