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Y así estamos todo el día. De la risa al llanto en segundos: porque el perro se va, porque la gata no se deja tocar, porque no le doy el termo para que juegue, porque sí, porque no. De mi parte a veces tranquilidad, a veces nerviosismo por no poder poner en palabras lo que le pasa (porque a veces no tengo mucha idea de qué es lo que le pasa), y otras tantas también le copio el llanto porque su frustración logra conmoverme. Y así estamos, creciendo, sin parar.