Mi vieja también tuvo algún que otro acierto. Hasta que hubo plata, me mandó a un taller de arte y la pegó. La Seño Adriana nos esperaba con hojas gigantes y nos empujaba a dibujar grande, grande. El primer día mis 7 años se murieron de miedo ante la desmesura de la hoja en blanco. De a poco fui fluyendo...ahora estoy comprendiendo que de eso se trata la vida: de fluir.

En esas hojas gigantes brotaban mis monstruos y mis hadas, mis enanos de jardín y los personajes de los cuentos que leía. Aprendimos a mezclar pintura sintética con arena y a perseguirnos por el taller tirándonos pintura. A llenarnos las manos con barbotina, a compartir ideas, a crear dibujos sin copiar.

Y después de esta sentimiento de libertad me somentían a Dibujo en el colegio, dirigidas por la señorita S (la persona más gris que yo recuerde) debíamos copiar el dibujo que ella hacía en el pizarrón y colorearlo con lápices de colores. Obvio que jamás usamos algo que fluyera...sospecho que les daba miedo la vida. Jamás entregué un dibujo pero la seño aburrida me aprobaba igual (vaya a saber por qué...me habrá tenido lástima? no se daba cuenta de que era un acto de rebelión ante algo tan estático como copiar una frutera del pizarrón?).

Un día la señorita S llegó sin ganas (como nos pasa a todos los docentes alguna vez) y propuso "tema libre". Recuerdo que dibujé un payaso, recuerdo el sentimiento de libertad, recuerdo que mis compañeritas estaban maravilladas con mi obra y que el dibujo recorrió todo el salón. Recuerdo que la Seño S dijo: "Ah, mirá vos...sabías dibujar".

El resto de los siete años de primeria siguió proponiendo la frutera. Yo no entregué ningún trabajo más que aquél payaso y me aprobó igual. Sospecho que en el fondo, teníamos un pacto.


La pintura pertenece a Robert David Bretz

Se viene el post sobre educación...